sábado, 7 de mayo de 2016

San Juan de Manapiare en la Historia


        

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San Juan de Manapiare Parte I
       
UN POCO DE HISTORIA

En el gobierno del Dr. Rafael Caldera se puso en marcha un ambicioso plan llamado “La Conquista del Sur”, que tenía, entre otros propósitos, la construcción de carreteras por todo el sur de nuestro país. Bajo este plan comienzan a construirse las carreteras de El Dorado - Santa Elena de Uairén, Caicara del Orinoco - Puerto Ayacucho y Caicara - San Juan de Manapiare, entre otras. Por razones desconocidas, la vía a Manapiare quedó sin terminar y el terraplén construido fue lanzado al olvido. En los primeros años de su construcción se podía transitar por esta carretera a medio terminar, hasta que las lluvias fueron destruyendo los improvisados puentes y la vía se fue derrumbando o quedando bajo las aguas. Así, a lo largo de casi 45 años de abandono, la implacable selva recuperó lo que un día había perdido, dejando sólo aislados rastros de esta obra, hoy prácticamente irrecuperable.

Los primeros aventureros en llegar a Manapiare, por la ya destruida carretera, fueron los integrantes del Caracas Jeep’s Club, quienes luego de algunos infructuosos intentos logran llegar a Manapiare y retornar por la misma vía en tres ocasiones diferentes, la última incursión fue en la semana santa del año 1.984. A partir de esta fecha, y con el auge en nuestro país de los clubes todo terreno, transitar por esta vía se convirtió en un clásico obligado del 4x4 venezolano, por lo que luego  más grupos se fueron sumando a esta lista, que en plena época de verano, intentan por lo menos llegar a San Juan de Manapiare. Lograrlo ya se considera un importante éxito y pase de entrada en la famosa lista de las pocas agrupaciones que han podido rodar con sus vehículos en este lejano pueblo (para la fecha de esta reedición el camino ha sido mejorado por los habitantes de la zona para transportar sus productos).



LAS PRIMERAS BRISAS DE AVENTURA

Con el rojizo sol saliendo de entre las aguas del Orinoco, una cálida mañana de abril esperamos impacientes la llegada de la chalana para trasladarnos hasta Caicara. Cinco vehículos y doce personas nos encontramos en la antesala de esta excitante expedición, programada por nuestros amigos del Grupo Georama 4x4, quienes gentilmente me invitaron a participar en esta increíble aventura.

Luego de cruzar el majestuoso río Orinoco y resolver algunos problemas técnicos y de logística, que nos tomaron todo el resto del día en Caicara, acampamos esa noche en las afueras de dicho pueblo. Al día siguiente, aproximadamente a las 6 de la mañana, nos dirigimos con gran entusiasmo hacia Guaniamo. El comienzo de la vía es una carretera asfaltada de unos ochenta kilómetros, luego aparece una carretera de tierra transitada, pero en pésimas condiciones.

Después de pasar el desvío hacia Guaniamo, proseguimos vía sur franco. Al llegar a lo alto de una loma, justo frente a donde comienza la entrada del túnel vegetal conformado por la espesa selva, nos detuvimos para desmantelar algunos accesorios que sobresalían del vehículo y evitar así que se dañaran con los golpes de las ramas. Finalizada la operación, arrancamos para enfrentarnos  a la aventura que nos deparaba este perdido camino.

Para mí en particular era vivir de nuevo, por tercera vez, la lucha con esta intrincada selva; para el resto del grupo, lo que aquí se viviría sería toda una nueva experiencia que les marcaría su vida.

Llegamos al primer caño, al que vencimos con regular dificultad; luego, si mal no recuerdo, en el tercero o cuarto requerimos por primera vez la utilización de las escaleras, aditamento sin el cual no nos hubiese quedado más remedio que trabajar, para hacer posible el acceso al caño, o tirar los carros a la buena de Dios por estas abruptas bajadas, corriendo un alto riesgo de dañar partes importantes de los vehículos.

Tal como fue programado, trataríamos en lo posible de armar campamento cerca de las 6 de la tarde y arrancar a más tardar a las 8 de la mañana, lo que por fortuna pudimos hacer en este nuestro primer día en la selva. El viaje estaba programado para hacerlo sin apuros, pues contábamos con 17 días holgados para ir y regresar por esta misma vía.

CUBIERTOS POR LA ESPESA SELVA

Con la mañana, el espeso follaje palidecía los nacientes rayos del sol y la altura de la zona nos daba un toque de frescura, por lo que preparar un abundante desayuno en este ambiente se convirtió en una grata actividad. Cuando nos disponíamos a comer, como por arte de magia, llegaron las que se convertirían de ahora en adelante en nuestras inseparables compañeras, con su inconfundible zumbido, su revoletear y su presto aguijón al acecho. Abejas de todos tamaños, formas y colores, inundaron el ambiente, junto a pegones, avispas y mosquitos “lameojos”. Muchos quedaron aterrados ante aquella avalancha de insectos, pero no nos quedó más alternativa que tomarlo con naturalidad y aceptarles como obligadas e inseparables compañeras, durante todas las horas de luz en esta larga expedición.

En este camino, por cada kilómetro que recorremos debemos sortear por lo menos un caño, y cada caño nos guarda una sorpresa distinta: barro, arena, aguas profundas, abruptas pendientes, etc., pero además de los caños, grandes troncos atravesados en el camino, bejucos, ramas que se enfrentan desafiantes a nuestros vehículos, por lo que es preciso alternar desde ahora dos grupos a pie, paso a paso, para revisar y limpiar en lo posible el camino.

A medida que vencíamos los obstáculos y pasaba el tiempo, la gente lentamente se agotaba, el cansancio se hacía cada vez más evidente; la humedad y el calor, junto a la falta de una buena alimentación en las horas del mediodía, diezmaban nuestro ritmo de trabajo. Sin embargo, nuestro espíritu guerrero y aventurero nos mantenía con el ánimo en alto, el trabajo en equipo, sin mezquindades ni ventajismos, nos hacía más llevadera la tarea; aunque el grito de "traigan las escaleras”, por las horas de la tarde, ya sonaba tormentoso y desagradable. Una y otra vez, cada día, debíamos cargar aquellos pesados aparejos de más de 40 kilos, a través de la incómoda vereda entre los vehículos y el monte, a ambos lados del camino, para llevarlos al lugar donde se utilizarían. Debíamos colocarlos en su sitio y, después de sorteado el obstáculo, recogerlos y montarlos de nuevo sobre el vehículo. Sin embargo, sabíamos que este precio debíamos pagarlo para evitar causarles averías a nuestros vehículos.

En esta parte del recorrido, el principal obstáculo que podría obligarnos a abortar el viaje lo constituía un viejo puente reconstruido por primera vez por el Caracas Jeep’s Club hace 8 años, el cual reparan los grupos que pasan por él. Aunque aún se mantiene en pie, nos causa gran preocupación el comentario de  unos indígenas que informaban que  hace cinco días, dos personas con aspecto de gente de ciudad, que no eran militares ni indígenas, habían dejado un vehículo rústico en uno de los caños; desde donde vinieron a pie, cortaron el puente reconstruido por ello con una motosierra y regresaron. Aquello nos alarmó, pero pensamos que no era más que un cuento para que nos regresáramos.

Continuamos por aquella trilla, mientras la lluvia empeoraba las condiciones del camino y bajar los caños se hacía más complicado, ya que perdían tracción los cauchos 900-16, tipo militar, de nuestros vehículos. Los carros se deslizaban al bajar los caños, produciendo situaciones de verdadero riesgo, por lo que el uso de las escaleras se hacía más frecuente. Lo que en otras circunstancias hubiésemos sorteado en tan sólo un momento, ahora tomaba mucho más tiempo y nuestra marca de recorrido bajó a sólo unos 10 kilómetros por día.

Son como las dos de la tarde y el camino me recuerda que estamos ya bastante cerca del puente. Aunque la lluvia no es fuerte, sí ha sido persistente así como el calor, nuestras ropas mojadas y el continuo trabajo,  nos hacen sentir infinita esta parte del trayecto. Cuando sentimos que estamos ya a un paso, desde nuestros vehículos divisamos el tan esperado puente; todo se ve normal y gritamos por nuestros radios: “No tumbaron el puente, está bien”.

Al parar y caminar hacia él, quedamos petrificados, incrédulos ante lo que estábamos viendo: efectivamente, le habían cercenado un trozo de unos dos metros. El puente permanecía de pie por los puntales que le sostenían en el aire. Quedamos sin aliento por un momento pero sacamos fuerzas de nuestros paralizados cuerpos y gritamos: “¡A trabajar!”. Se nos ocurrió quitar, al mismo tiempo, todos los puntales para que los dos inmensos troncos que conforman el puente cayeran, quedando inclinados con el extremo cortado al fondo del barranco, casi a la orilla del río. Removeríamos la tierra, construiríamos el andén de bajada,  apuntalaríamos el puente en esta nueva posición y al colocarle el nuevo piso con casi un ciento de varas de madera clavadas y amarradas con alambre, los vehículos podrían bajar por el andén de tierra hasta casi la orilla del río, para subir luego por el puente y llegar así al otro extremo del barranco.



Comenzamos de inmediato. Lo más emocionante fue derrumbar el puente, quitarle todos los puntales y jalarlos al mismo tiempo con nuestros winches WARN 4274; varias poleas para direccionar el sentido de las fuerzas evitaron que los dos troncos cayeran en una posición inadecuada. Al grito de “listos”, los cinco winches se activaron y las dos inmensas rolas de madera, de casi un metro de diámetro, cayeron justo donde queríamos, niveladas y en paralelo. Toda una labor de ingeniería que festejamos por un momento, con la convicción de que ya nada nos detendría.

Llegó la noche y continuamos, con los faros encendidos, hasta las 10 pm, removiendo tierra para avanzar la construcción del andén de bajada. Al parar, comenzamos a preparar la cena y luego nos tiramos en las hamacas, sudados, extenuados y humedecidos por la llovizna hasta el día siguiente.

A las seis de la mañana, con muy poca luz aun, comenzamos a trabajar; todavía teníamos que remover varios metros cúbicos de tierra para culminar el nuevo acceso, cortar los nuevos puntales y colocarlos, cortar y colocar las varas para hacer el piso del puente, etc. Todo este arduo trabajo continuó sin parar, siempre acompañados por nuestras incansables abejas, pegones, avispas, mosquitos y toda suerte de insectos que buscaban alimentarse de nuestro sudor o sangre, por lo que fue necesario trabajar con velos de cara.

Para ahorrar tiempo, preparamos una gran olla de avena y otra de chocolate caliente, con bastante azúcar, para obtener una buena dosis de energía que permitiera prolongar el trabajo. Pasado el mediodía, con gran emoción, pusimos a prueba nuestra obra. El primer vehículo bajó por el andén y remontó hasta la otra orilla del cauce, subiendo por el inclinado puente. Para pasar el resto de los vehículos, fue preciso reforzar el piso del puente con las escaleras, ya que por la inclinación la tracción de los cauchos rompió parte del piso. Con esta técnica adicional todos pudimos pasar sin mayores inconvenientes.

El resto del día transcurrió normal: caños y más caños, troncos y ramas y debíamos despejar aquello. A eso de las cuatro de la tarde, llegamos a una comunidad indígena que nos recibió con gran amabilidad, alegres y agradecidos de que hubiésemos arreglado el puente, ya que ellos lo usaban también. Compramos miel y hasta jugamos fútbol con ellos. Es una comunidad muy bien organizada y la gente es muy atenta.

Continuamos nuestro recorrido y hacia el final de la tarde decidimos acampar, para no hacerlo a la orilla del río Suapure, ya que la comunidad asentada a sus márgenes es  muy curiosa, todo lo tocan y si uno se descuida se pueden llevar cualquier cosa de los carros.

A las seis de la tarde ya teníamos nuestro campamento armado y esa noche la charla obligada fue sacar nuestras conjeturas sobre quiénes y por qué razón destruyeron este puente. Pareciera que lo hubiesen hecho impulsados por algún mezquino interés, evidentemente querían que no culminase con éxito nuestra expedición, incluso acabando con un bien común y causándole daños a las comunidades de esa zona y a todos los grupos que tienen entre sus planes incursionar por este camino en los próximos años.


CRUZANDO EL RÍO SUAPURE

El próximo obstáculo importante es el río Suapure, que cuando crece es imposible cruzarlo. Muchas expediciones se han tenido que regresar a causa de este caudaloso río, de suma importancia para la región. En este tramo de nuestro camino estábamos a merced de la naturaleza y preocupados por  las continuas lluvias.

A la mañana siguiente, aproximadamente a las 10 am., llegamos al Suapure. Nos alegramos de ver que el río no estaba crecido, pues se veía la isla que se forma en medio del mismo, cuando está completamente tapada las cosas se ponen difíciles por no decir casi que imposibles. Luego de reordenar la carga, subir lo que no queremos que se moje y revisar que todo esté bien impermeabilizado, iniciamos el cruce del caudaloso río sin mayores contratiempos. A la una de la tarde todos nuestros vehículos estaban del otro lado del río, apenas con el inconveniente de los asientos, que resultaron mojados al entrar el agua al habitáculo empapando también todo lo que estaba al nivel del piso en el compartimiento trasero.

Luego de hacer diferentes donativos de alimentos (sal, azúcar y otros) así como ropa a los nativos de esta comunidad, continuamos nuestro recorrido, acompañados de una llovizna que complicó el paso de algunos caños, ya que al perder tracción, para bajar teníamos que aguantar el carro halado por el parachoques trasero usando los winches.

Hace 4 días que habíamos salido de Caicara, estábamos montados sobre un terraplén y en esta tarde una gran cantidad de guacharacas vuela sobre nuestra caravana con su bullicioso canto. Nos encontramos  en medio de la nada, sin comunicación alguna, situación que nos une más y nos permite sacar fuerzas para tratar de salir pronto y sin problemas de esta interminable selva; en  cada paso que damos tratamos de no cometer ningún error que ponga en juego la operatividad de los vehículos y nuestra salud, porque nos retrasaríamos enormemente.

En el primer caño, después del Suapure, se dañó la cámara fotográfica al caer al agua; aquí se perdió buena parte del material fotográfico, pero por fortuna nuestro gran amigo Ricardo me cedió gentilmente una cámara compacta y pude continuar el trabajo.

A las 5 de la tarde decidimos acampar en un pequeño paraje abierto en la selva. Acampar en medio de la húmeda selva tiene sus peligros, por la cantidad de culebras, alacranes, hormigas ponzoñosas y toda suerte de alimañas. Es la verdadera selva virgen llena de vida, donde se percibe en el ambiente su crecimiento y movimiento; donde te coloques te caen hojas, insectos, ramas de los árboles, savia de las plantas, excremento de animales y gotas de agua que poco a poco te van humedeciendo la ropa. La selva tiene espíritu, tiene vida; la selva te pone a prueba, percibe tus sentimientos, te acepta o te ahuyenta para que nunca más regreses. Es así como ella se protege.

A las 9 am. del siguiente día, ya estamos rodando, rumbo a encontrarnos con la gran serranía de Guanay. Al finalizar el terraplén, tomamos un desvío a la izquierda, entramos a un gran pantanal de unos 800 metros en medio de la selva y nos preparamos para el obstáculo. El barrizal estaba surcado por dos inmensos canales, hechos por los vehículos que transitan la vía, donde encontramos aspas de radiador, bases de caja, pedazos de carrocería y de cavas, como si uno o varios vehículos se hubiesen despedazado en este lodazal. Con el uso de la guayaflex, y en algunas ocasiones del winche, en menos de dos horas salvamos este paso y continuamos el camino, que paulatinamente se acerca a la serranía.
La vegetación es bastante espesa y el clima va refrescando al ir el camino poco a poco tomando altura. Queríamos llegar a las primeras sabanas que dan la antesala a la gran planicie del Valle de Guanay, donde podremos sentir de nuevo sobre nuestros cuerpos el viento y el sol a toda plenitud. La selva, con el tiempo, ahoga y afloran el nerviosismo y el malhumor; es como estar preso y perder el sentido de hacia dónde vamos, por donde mires todo es igual.

En este trayecto cruzamos dos ríos de cristalinas aguas que corren sobre piedras, propicias para darnos un buen baño y reagruparnos, pues ya estaba oscureciendo. A pesar de rodar hasta las 8:50 de la noche, no pudimos llegar a las tan esperadas sabanas, por lo que nos conformamos con dormir con los carros en fila sobre la angosta pica.

Al amanecer, como de costumbre, salimos temprano. En las primeras horas tuvimos nuestra primera avería mecánica, uno de los vehículos rompió la junta homocinética de la punta de eje delantera izquierda, al tratar de pasar por una subida bloqueada por piedras. A partir de aquí este vehículo rodaría sólo con tracción trasera, lo que nos retrasó un poco. A mediados de la mañana, con gran emoción, pudimos llegar a las primeras sabanas de las faldas de la imponente Serranía del Guanay. Esto nos indicaba que habíamos dejado atrás el estado Bolívar y transitábamos ahora por tierras del estado Amazonas.

El Valle de Guanay está ya relativamente cerca, al igual que Caño Santo, un bellísimo paraje que se convierte en regalo de la naturaleza a todo aquel que llega a este apartado paraíso de nuestra geografía.

Es el comienzo de nuestro sexto día en la selva, y llegar hasta aquí es ya una gran proeza, un gran esfuerzo completamente compensado ante la exclusiva oportunidad de contemplar muy de cerca la belleza de este exótico y solitario lugar, vigilado desde la eternidad por la imponente montaña de Guanay, que emerge del rocoso suelo como una gran muralla de kilómetros de labradas y rectas paredes, que apuntan hacia las alturas y atrapan las espumosas nubes que  luego serán manantiales que labran la historia de estas tierras.

A sus pies, tendida la exuberante selva, que desde un claro hipnotiza con su intenso verdor, en un armonioso éxtasis de misterio y belleza. Nuestra mirada se detiene en silente contemplación, el tiempo pierde importancia y aquella extraña sensación nutre nuestros cansados cuerpos y nos llena de renovado vigor; la gran montaña nos tiende su mano y nos invita a proseguir.

Nos quedan todavía varios días para llegar a nuestro ansiado destino, por lo que continuamos ahora reanimados al sabernos cerca de las amplias sabanas donde descansaremos un día completo, antes de entrar de nuevo en el último tramo selvático que nos llevará hasta San Juan de Manapiare.

Pero la alegría de este día quedó de pronto truncada, recibimos por radio la noticia de que un compañero del grupo había tenido un accidente importante al cortarse la pierna manipulando el machete. Nos agrupamos y se le prestó inmediata atención, la herida era bastante importante y hubo que curar con sumo cuidado la profunda herida e inmovilizarle la pierna para evitar peores consecuencias; sólo nos quedaba esperar que no surgieran complicaciones, porque no pudimos suministrarle antibióticos por ser alérgico a ellos.

Todo lo que habíamos logrado hasta ahora había sido posible gracias al elevado espíritu de compañerismo reinante en este admirable grupo, sobre todo, por la permanente disposición a mantenernos alegres y entusiastas. Nunca perdimos la oportunidad de hacer de cualquier cosa un motivo para reír, incluso en esta complicada situación, en varias oportunidades el herido cambió su cara de tragedia por una sonora carcajada.

Ante las vivencias de este día, queríamos acampar temprano, pero la noche nos atrapó en medio de una fangosa sabana, de la cual no pudimos salir hasta pasadas las 7 de la noche.

Todo lo anteriormente contado se agravaba con el paso lento del vehículo que venía sin tracción delantera, no fue sino hasta después de las 10 de la noche cuando conseguimos un lugar en un alto, apropiado para pasar la noche. Debíamos estar cerca del abandonado “Hato de los Zing”, pero  en 6 años aquello había cambiado y al rodar en la noche perdimos el rastro, por lo que nuestra verdadera situación la conoceríamos sólo al amanecer.


San Juan de Manapiare Parte II


        


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