San Juan de Manapiare Parte I
UN POCO DE HISTORIA
En el gobierno del Dr. Rafael Caldera
se puso en marcha un ambicioso plan llamado “La Conquista del Sur”, que tenía,
entre otros propósitos, la construcción de carreteras por todo el sur de
nuestro país. Bajo este plan comienzan a construirse las carreteras de El
Dorado - Santa Elena de Uairén, Caicara del Orinoco - Puerto Ayacucho y Caicara
- San Juan de Manapiare, entre otras. Por razones desconocidas, la vía
a Manapiare quedó sin terminar y el terraplén construido fue lanzado
al olvido. En los primeros años de su construcción se podía transitar por esta
carretera a medio terminar, hasta que las lluvias fueron destruyendo los
improvisados puentes y la vía se fue derrumbando o quedando bajo las aguas.
Así, a lo largo de casi 45 años de abandono, la implacable selva recuperó lo
que un día había perdido, dejando sólo aislados rastros de esta obra, hoy
prácticamente irrecuperable.
Los primeros aventureros en llegar
a Manapiare, por la ya destruida carretera, fueron los integrantes del
Caracas Jeep’s Club, quienes luego de algunos infructuosos intentos logran
llegar a Manapiare y retornar por la misma vía en tres ocasiones
diferentes, la última incursión fue en la semana santa del año 1.984. A partir
de esta fecha, y con el auge en nuestro país de los clubes todo terreno,
transitar por esta vía se convirtió en un clásico obligado del 4x4 venezolano,
por lo que luego más grupos se fueron sumando a esta lista, que en
plena época de verano, intentan por lo menos llegar a San Juan
de Manapiare. Lograrlo ya se considera un importante éxito y pase de entrada
en la famosa lista de las pocas agrupaciones que han podido rodar con sus vehículos
en este lejano pueblo (para la fecha de esta reedición el camino ha sido
mejorado por los habitantes de la zona para transportar sus productos).
LAS PRIMERAS BRISAS DE AVENTURA
Con el rojizo sol saliendo de entre
las aguas del Orinoco, una cálida mañana de abril esperamos impacientes la
llegada de la chalana para trasladarnos hasta Caicara. Cinco vehículos y doce
personas nos encontramos en la antesala de esta excitante expedición,
programada por nuestros amigos del Grupo Georama 4x4, quienes gentilmente me
invitaron a participar en esta increíble aventura.
Luego de cruzar el majestuoso río
Orinoco y resolver algunos problemas técnicos y de logística, que nos tomaron
todo el resto del día en Caicara, acampamos esa noche en las afueras de dicho
pueblo. Al día siguiente, aproximadamente a las 6 de la mañana, nos dirigimos
con gran entusiasmo hacia Guaniamo. El comienzo de la vía es una carretera
asfaltada de unos ochenta kilómetros, luego aparece una carretera de tierra
transitada, pero en pésimas condiciones.
Después de pasar el desvío hacia
Guaniamo, proseguimos vía sur franco. Al llegar a lo alto de una loma, justo
frente a donde comienza la entrada del túnel vegetal conformado por la espesa
selva, nos detuvimos para desmantelar algunos accesorios que sobresalían del vehículo
y evitar así que se dañaran con los golpes de las ramas. Finalizada la
operación, arrancamos para enfrentarnos a la aventura que nos
deparaba este perdido camino.
Para mí en particular era vivir de
nuevo, por tercera vez, la lucha con esta intrincada selva; para el resto del
grupo, lo que aquí se viviría sería toda una nueva experiencia que les marcaría
su vida.
Llegamos al primer caño, al que
vencimos con regular dificultad; luego, si mal no recuerdo, en el tercero o
cuarto requerimos por primera vez la utilización de las escaleras, aditamento
sin el cual no nos hubiese quedado más remedio que trabajar, para hacer posible
el acceso al caño, o tirar los carros a la buena de Dios por estas abruptas
bajadas, corriendo un alto riesgo de dañar partes importantes de los vehículos.
Tal como fue programado, trataríamos
en lo posible de armar campamento cerca de las 6 de la tarde y arrancar a más
tardar a las 8 de la mañana, lo que por fortuna pudimos hacer en este nuestro
primer día en la selva. El viaje estaba programado para hacerlo sin apuros,
pues contábamos con 17 días holgados para ir y regresar por esta misma vía.
CUBIERTOS POR LA
ESPESA SELVA
Con la mañana, el espeso follaje
palidecía los nacientes rayos del sol y la altura de la zona nos daba un toque
de frescura, por lo que preparar un abundante desayuno en este ambiente se
convirtió en una grata actividad. Cuando nos disponíamos a comer, como por arte
de magia, llegaron las que se convertirían de ahora en adelante en nuestras
inseparables compañeras, con su inconfundible zumbido, su revoletear y su
presto aguijón al acecho. Abejas de todos tamaños, formas y colores, inundaron
el ambiente, junto a pegones, avispas y mosquitos “lameojos”. Muchos quedaron
aterrados ante aquella avalancha de insectos, pero no nos quedó más alternativa
que tomarlo con naturalidad y aceptarles como obligadas e inseparables
compañeras, durante todas las horas de luz en esta larga expedición.
En este camino, por cada kilómetro
que recorremos debemos sortear por lo menos un caño, y cada caño nos guarda una
sorpresa distinta: barro, arena, aguas profundas, abruptas pendientes, etc., pero
además de los caños, grandes troncos atravesados en el camino, bejucos, ramas
que se enfrentan desafiantes a nuestros vehículos, por lo que es preciso
alternar desde ahora dos grupos a pie, paso a paso, para revisar y limpiar en
lo posible el camino.
A medida que vencíamos los obstáculos
y pasaba el tiempo, la gente lentamente se agotaba, el cansancio se hacía cada
vez más evidente; la humedad y el calor, junto a la falta de una buena
alimentación en las horas del mediodía, diezmaban nuestro ritmo de trabajo. Sin
embargo, nuestro espíritu guerrero y aventurero nos mantenía con el ánimo en
alto, el trabajo en equipo, sin mezquindades ni ventajismos, nos hacía más
llevadera la tarea; aunque el grito de "traigan las escaleras”, por las
horas de la tarde, ya sonaba tormentoso y desagradable. Una y otra vez, cada
día, debíamos cargar aquellos pesados aparejos de más de 40 kilos, a través de
la incómoda vereda entre los vehículos y el monte, a ambos lados del camino,
para llevarlos al lugar donde se utilizarían. Debíamos colocarlos en su sitio
y, después de sorteado el obstáculo, recogerlos y montarlos de nuevo sobre el
vehículo. Sin embargo, sabíamos que este precio debíamos pagarlo para evitar
causarles averías a nuestros vehículos.
En esta parte del recorrido, el
principal obstáculo que podría obligarnos a abortar el viaje lo constituía un
viejo puente reconstruido por primera vez por el Caracas Jeep’s Club hace 8
años, el cual reparan los grupos que pasan por él. Aunque aún se mantiene en
pie, nos causa gran preocupación el comentario de unos indígenas que
informaban que hace cinco días, dos personas con aspecto de gente de
ciudad, que no eran militares ni indígenas, habían dejado un vehículo rústico
en uno de los caños; desde donde vinieron a pie, cortaron el puente
reconstruido por ello con una motosierra y regresaron. Aquello nos alarmó, pero
pensamos que no era más que un cuento para que nos regresáramos.
Continuamos por aquella trilla,
mientras la lluvia empeoraba las condiciones del camino y bajar los caños se
hacía más complicado, ya que perdían tracción los cauchos 900-16, tipo militar,
de nuestros vehículos. Los carros se deslizaban al bajar los caños, produciendo
situaciones de verdadero riesgo, por lo que el uso de las escaleras se hacía
más frecuente. Lo que en otras circunstancias hubiésemos sorteado en tan sólo
un momento, ahora tomaba mucho más tiempo y nuestra marca de recorrido bajó a
sólo unos 10 kilómetros por día.
Son como las dos de la tarde y el
camino me recuerda que estamos ya bastante cerca del puente. Aunque la lluvia
no es fuerte, sí ha sido persistente así como el calor, nuestras ropas mojadas
y el continuo trabajo, nos hacen sentir infinita esta parte del
trayecto. Cuando sentimos que estamos ya a un paso, desde nuestros vehículos
divisamos el tan esperado puente; todo se ve normal y gritamos por nuestros
radios: “No tumbaron el puente, está bien”.
Al parar y caminar hacia él, quedamos
petrificados, incrédulos ante lo que estábamos viendo: efectivamente, le habían
cercenado un trozo de unos dos metros. El puente permanecía de pie por los
puntales que le sostenían en el aire. Quedamos sin aliento por un momento pero
sacamos fuerzas de nuestros paralizados cuerpos y gritamos: “¡A trabajar!”. Se
nos ocurrió quitar, al mismo tiempo, todos los puntales para que los dos
inmensos troncos que conforman el puente cayeran, quedando inclinados con el
extremo cortado al fondo del barranco, casi a la orilla del río. Removeríamos
la tierra, construiríamos el andén de bajada, apuntalaríamos el
puente en esta nueva posición y al colocarle el nuevo piso con casi un ciento
de varas de madera clavadas y amarradas con alambre, los vehículos podrían
bajar por el andén de tierra hasta casi la orilla del río, para subir luego por
el puente y llegar así al otro extremo del barranco.
Comenzamos de inmediato. Lo más
emocionante fue derrumbar el puente, quitarle todos los puntales y jalarlos al
mismo tiempo con nuestros winches WARN 4274; varias poleas para direccionar el
sentido de las fuerzas evitaron que los dos troncos cayeran en una posición
inadecuada. Al grito de “listos”, los cinco winches se activaron y las dos
inmensas rolas de madera, de casi un metro de diámetro, cayeron justo donde
queríamos, niveladas y en paralelo. Toda una labor de ingeniería que festejamos
por un momento, con la convicción de que ya nada nos detendría.
Llegó la noche y continuamos, con los
faros encendidos, hasta las 10 pm, removiendo tierra para avanzar la
construcción del andén de bajada. Al parar, comenzamos a preparar la cena y
luego nos tiramos en las hamacas, sudados, extenuados y humedecidos por la
llovizna hasta el día siguiente.
A las seis de la mañana, con muy poca
luz aun, comenzamos a trabajar; todavía teníamos que remover varios metros
cúbicos de tierra para culminar el nuevo acceso, cortar los nuevos puntales y
colocarlos, cortar y colocar las varas para hacer el piso del puente, etc. Todo
este arduo trabajo continuó sin parar, siempre acompañados por nuestras
incansables abejas, pegones, avispas, mosquitos y toda suerte de insectos que
buscaban alimentarse de nuestro sudor o sangre, por lo que fue necesario
trabajar con velos de cara.
Para ahorrar tiempo, preparamos una
gran olla de avena y otra de chocolate caliente, con bastante azúcar, para
obtener una buena dosis de energía que permitiera prolongar el trabajo. Pasado
el mediodía, con gran emoción, pusimos a prueba nuestra obra. El primer
vehículo bajó por el andén y remontó hasta la otra orilla del cauce, subiendo
por el inclinado puente. Para pasar el resto de los vehículos, fue preciso
reforzar el piso del puente con las escaleras, ya que por la inclinación la
tracción de los cauchos rompió parte del piso. Con esta técnica adicional todos
pudimos pasar sin mayores inconvenientes.
El resto del día transcurrió normal:
caños y más caños, troncos y ramas y debíamos despejar aquello.
A eso de las cuatro de la tarde, llegamos a una comunidad indígena que nos
recibió con gran amabilidad, alegres y agradecidos de que hubiésemos arreglado
el puente, ya que ellos lo usaban también. Compramos miel y hasta jugamos
fútbol con ellos. Es una comunidad muy bien organizada y la gente es muy
atenta.
Continuamos nuestro recorrido y hacia
el final de la tarde decidimos acampar, para no hacerlo a la orilla del río
Suapure, ya que la comunidad asentada a sus márgenes es muy curiosa,
todo lo tocan y si uno se descuida se pueden llevar cualquier cosa de los
carros.
A las seis de la tarde ya teníamos
nuestro campamento armado y esa noche la charla obligada fue sacar nuestras
conjeturas sobre quiénes y por qué razón destruyeron este puente. Pareciera que
lo hubiesen hecho impulsados por algún mezquino interés, evidentemente querían
que no culminase con éxito nuestra expedición, incluso acabando con un bien
común y causándole daños a las comunidades de esa zona y a todos los grupos que
tienen entre sus planes incursionar por este camino en los próximos años.
CRUZANDO EL RÍO
SUAPURE
El próximo obstáculo importante es el
río Suapure, que cuando crece es imposible cruzarlo. Muchas expediciones se han
tenido que regresar a causa de este caudaloso río, de suma importancia para la
región. En este tramo de nuestro camino estábamos a merced de la naturaleza y
preocupados por las continuas lluvias.
A la mañana siguiente,
aproximadamente a las 10 am., llegamos al Suapure. Nos alegramos de ver que el
río no estaba crecido, pues se veía la isla que se forma en medio del mismo,
cuando está completamente tapada las cosas se ponen difíciles por no decir casi
que imposibles. Luego de reordenar la carga, subir lo que no queremos que se
moje y revisar que todo esté bien impermeabilizado, iniciamos el cruce del
caudaloso río sin mayores contratiempos. A la una de la tarde todos nuestros
vehículos estaban del otro lado del río, apenas con el inconveniente de los asientos,
que resultaron mojados al entrar el agua al habitáculo empapando también todo
lo que estaba al nivel del piso en el compartimiento trasero.
Luego de hacer diferentes donativos de
alimentos (sal, azúcar y otros) así como ropa a los nativos de esta comunidad,
continuamos nuestro recorrido, acompañados de una llovizna que complicó el paso
de algunos caños, ya que al perder tracción, para bajar teníamos que aguantar
el carro halado por el parachoques trasero usando los winches.
Hace 4 días que habíamos salido de
Caicara, estábamos montados sobre un terraplén y en esta tarde una gran
cantidad de guacharacas vuela sobre nuestra caravana con su bullicioso canto.
Nos encontramos en medio de la nada, sin comunicación alguna,
situación que nos une más y nos permite sacar fuerzas para tratar de salir
pronto y sin problemas de esta interminable selva; en cada paso que
damos tratamos de no cometer ningún error que ponga en juego la operatividad de
los vehículos y nuestra salud, porque nos retrasaríamos enormemente.
En el primer caño, después del
Suapure, se dañó la cámara fotográfica al caer al agua; aquí se perdió buena
parte del material fotográfico, pero por fortuna nuestro gran amigo Ricardo me
cedió gentilmente una cámara compacta y pude continuar el trabajo.
A las 5 de la tarde decidimos acampar
en un pequeño paraje abierto en la selva. Acampar en medio de la húmeda selva
tiene sus peligros, por la cantidad de culebras, alacranes, hormigas ponzoñosas
y toda suerte de alimañas. Es la verdadera selva virgen llena de vida, donde se
percibe en el ambiente su crecimiento y movimiento; donde te coloques te caen
hojas, insectos, ramas de los árboles, savia de las plantas, excremento de
animales y gotas de agua que poco a poco te van humedeciendo la ropa. La selva
tiene espíritu, tiene vida; la selva te pone a prueba, percibe tus
sentimientos, te acepta o te ahuyenta para que nunca más regreses. Es así como
ella se protege.
A las 9 am. del siguiente día, ya
estamos rodando, rumbo a encontrarnos con la gran serranía de Guanay. Al
finalizar el terraplén, tomamos un desvío a la izquierda, entramos a un gran pantanal
de unos 800 metros en medio de la selva y nos preparamos para el obstáculo. El
barrizal estaba surcado por dos inmensos canales, hechos por los vehículos que
transitan la vía, donde encontramos aspas de radiador, bases de caja, pedazos
de carrocería y de cavas, como si uno o varios vehículos se hubiesen
despedazado en este lodazal. Con el uso de la guayaflex, y en algunas ocasiones
del winche, en menos de dos horas salvamos este paso y continuamos el camino,
que paulatinamente se acerca a la serranía.
La vegetación es bastante espesa y el
clima va refrescando al ir el camino poco a poco tomando altura. Queríamos
llegar a las primeras sabanas que dan la antesala a la gran planicie del Valle
de Guanay, donde podremos sentir de nuevo sobre nuestros cuerpos el viento y el
sol a toda plenitud. La selva, con el tiempo, ahoga y afloran el nerviosismo y
el malhumor; es como estar preso y perder el sentido de hacia dónde vamos, por
donde mires todo es igual.
En este trayecto cruzamos dos ríos de
cristalinas aguas que corren sobre piedras, propicias para darnos un buen baño
y reagruparnos, pues ya estaba oscureciendo. A pesar de rodar hasta las 8:50 de
la noche, no pudimos llegar a las tan esperadas sabanas, por lo que nos
conformamos con dormir con los carros en fila sobre la angosta pica.
Al amanecer, como de costumbre,
salimos temprano. En las primeras horas tuvimos nuestra primera avería
mecánica, uno de los vehículos rompió la junta homocinética de la punta de eje
delantera izquierda, al tratar de pasar por una subida bloqueada por piedras. A
partir de aquí este vehículo rodaría sólo con tracción trasera, lo que nos
retrasó un poco. A mediados de la mañana, con gran emoción, pudimos llegar a
las primeras sabanas de las faldas de la imponente Serranía del Guanay. Esto
nos indicaba que habíamos dejado atrás el estado Bolívar y transitábamos ahora
por tierras del estado Amazonas.
El Valle de Guanay está ya
relativamente cerca, al igual que Caño Santo, un bellísimo paraje que se
convierte en regalo de la naturaleza a todo aquel que llega a este apartado
paraíso de nuestra geografía.
Es el comienzo de nuestro sexto día
en la selva, y llegar hasta aquí es ya una gran proeza, un gran esfuerzo
completamente compensado ante la exclusiva oportunidad de contemplar muy de
cerca la belleza de este exótico y solitario lugar, vigilado desde la eternidad
por la imponente montaña de Guanay, que emerge del rocoso suelo como una gran
muralla de kilómetros de labradas y rectas paredes, que apuntan hacia las
alturas y atrapan las espumosas nubes que luego serán manantiales
que labran la historia de estas tierras.
A sus pies, tendida la exuberante
selva, que desde un claro hipnotiza con su intenso verdor, en un armonioso
éxtasis de misterio y belleza. Nuestra mirada se detiene en silente
contemplación, el tiempo pierde importancia y aquella extraña sensación nutre
nuestros cansados cuerpos y nos llena de renovado vigor; la gran montaña nos
tiende su mano y nos invita a proseguir.
Nos quedan todavía varios días para
llegar a nuestro ansiado destino, por lo que continuamos ahora reanimados al
sabernos cerca de las amplias sabanas donde descansaremos un día completo,
antes de entrar de nuevo en el último tramo selvático que nos llevará hasta San
Juan de Manapiare.
Pero la alegría de este día quedó de
pronto truncada, recibimos por radio la noticia de que un compañero del grupo
había tenido un accidente importante al cortarse la pierna manipulando el
machete. Nos agrupamos y se le prestó inmediata atención, la herida era bastante
importante y hubo que curar con sumo cuidado la profunda herida e inmovilizarle
la pierna para evitar peores consecuencias; sólo nos quedaba esperar que no
surgieran complicaciones, porque no pudimos suministrarle antibióticos por ser
alérgico a ellos.
Todo lo que habíamos logrado hasta
ahora había sido posible gracias al elevado espíritu de compañerismo reinante
en este admirable grupo, sobre todo, por la permanente disposición a
mantenernos alegres y entusiastas. Nunca perdimos la oportunidad de hacer de
cualquier cosa un motivo para reír, incluso en esta complicada situación, en
varias oportunidades el herido cambió su cara de tragedia por una sonora
carcajada.
Ante las vivencias de este día,
queríamos acampar temprano, pero la noche nos atrapó en medio de una fangosa
sabana, de la cual no pudimos salir hasta pasadas las 7 de la noche.
Todo lo anteriormente contado se
agravaba con el paso lento del vehículo que venía sin tracción delantera, no
fue sino hasta después de las 10 de la noche cuando conseguimos un lugar en un
alto, apropiado para pasar la noche. Debíamos estar cerca del abandonado “Hato
de los Zing”, pero en 6 años aquello había cambiado y al rodar en la
noche perdimos el rastro, por lo que nuestra verdadera situación la conoceríamos
sólo al amanecer.
San Juan de Manapiare Parte I
En el gobierno del Dr. Rafael Caldera
se puso en marcha un ambicioso plan llamado “La Conquista del Sur”, que tenía,
entre otros propósitos, la construcción de carreteras por todo el sur de
nuestro país. Bajo este plan comienzan a construirse las carreteras de El
Dorado - Santa Elena de Uairén, Caicara del Orinoco - Puerto Ayacucho y Caicara
- San Juan de Manapiare, entre otras. Por razones desconocidas, la vía
a Manapiare quedó sin terminar y el terraplén construido fue lanzado
al olvido. En los primeros años de su construcción se podía transitar por esta
carretera a medio terminar, hasta que las lluvias fueron destruyendo los
improvisados puentes y la vía se fue derrumbando o quedando bajo las aguas.
Así, a lo largo de casi 45 años de abandono, la implacable selva recuperó lo
que un día había perdido, dejando sólo aislados rastros de esta obra, hoy
prácticamente irrecuperable.
Los primeros aventureros en llegar
a Manapiare, por la ya destruida carretera, fueron los integrantes del
Caracas Jeep’s Club, quienes luego de algunos infructuosos intentos logran
llegar a Manapiare y retornar por la misma vía en tres ocasiones
diferentes, la última incursión fue en la semana santa del año 1.984. A partir
de esta fecha, y con el auge en nuestro país de los clubes todo terreno,
transitar por esta vía se convirtió en un clásico obligado del 4x4 venezolano,
por lo que luego más grupos se fueron sumando a esta lista, que en
plena época de verano, intentan por lo menos llegar a San Juan
de Manapiare. Lograrlo ya se considera un importante éxito y pase de entrada
en la famosa lista de las pocas agrupaciones que han podido rodar con sus vehículos
en este lejano pueblo (para la fecha de esta reedición el camino ha sido
mejorado por los habitantes de la zona para transportar sus productos).
LAS PRIMERAS BRISAS DE AVENTURA
Con el rojizo sol saliendo de entre
las aguas del Orinoco, una cálida mañana de abril esperamos impacientes la
llegada de la chalana para trasladarnos hasta Caicara. Cinco vehículos y doce
personas nos encontramos en la antesala de esta excitante expedición,
programada por nuestros amigos del Grupo Georama 4x4, quienes gentilmente me
invitaron a participar en esta increíble aventura.
Luego de cruzar el majestuoso río
Orinoco y resolver algunos problemas técnicos y de logística, que nos tomaron
todo el resto del día en Caicara, acampamos esa noche en las afueras de dicho
pueblo. Al día siguiente, aproximadamente a las 6 de la mañana, nos dirigimos
con gran entusiasmo hacia Guaniamo. El comienzo de la vía es una carretera
asfaltada de unos ochenta kilómetros, luego aparece una carretera de tierra
transitada, pero en pésimas condiciones.
Después de pasar el desvío hacia
Guaniamo, proseguimos vía sur franco. Al llegar a lo alto de una loma, justo
frente a donde comienza la entrada del túnel vegetal conformado por la espesa
selva, nos detuvimos para desmantelar algunos accesorios que sobresalían del vehículo
y evitar así que se dañaran con los golpes de las ramas. Finalizada la
operación, arrancamos para enfrentarnos a la aventura que nos
deparaba este perdido camino.
Para mí en particular era vivir de
nuevo, por tercera vez, la lucha con esta intrincada selva; para el resto del
grupo, lo que aquí se viviría sería toda una nueva experiencia que les marcaría
su vida.
Llegamos al primer caño, al que
vencimos con regular dificultad; luego, si mal no recuerdo, en el tercero o
cuarto requerimos por primera vez la utilización de las escaleras, aditamento
sin el cual no nos hubiese quedado más remedio que trabajar, para hacer posible
el acceso al caño, o tirar los carros a la buena de Dios por estas abruptas
bajadas, corriendo un alto riesgo de dañar partes importantes de los vehículos.
Tal como fue programado, trataríamos
en lo posible de armar campamento cerca de las 6 de la tarde y arrancar a más
tardar a las 8 de la mañana, lo que por fortuna pudimos hacer en este nuestro
primer día en la selva. El viaje estaba programado para hacerlo sin apuros,
pues contábamos con 17 días holgados para ir y regresar por esta misma vía.
CUBIERTOS POR LA
ESPESA SELVA
Con la mañana, el espeso follaje
palidecía los nacientes rayos del sol y la altura de la zona nos daba un toque
de frescura, por lo que preparar un abundante desayuno en este ambiente se
convirtió en una grata actividad. Cuando nos disponíamos a comer, como por arte
de magia, llegaron las que se convertirían de ahora en adelante en nuestras
inseparables compañeras, con su inconfundible zumbido, su revoletear y su
presto aguijón al acecho. Abejas de todos tamaños, formas y colores, inundaron
el ambiente, junto a pegones, avispas y mosquitos “lameojos”. Muchos quedaron
aterrados ante aquella avalancha de insectos, pero no nos quedó más alternativa
que tomarlo con naturalidad y aceptarles como obligadas e inseparables
compañeras, durante todas las horas de luz en esta larga expedición.
En este camino, por cada kilómetro
que recorremos debemos sortear por lo menos un caño, y cada caño nos guarda una
sorpresa distinta: barro, arena, aguas profundas, abruptas pendientes, etc., pero
además de los caños, grandes troncos atravesados en el camino, bejucos, ramas
que se enfrentan desafiantes a nuestros vehículos, por lo que es preciso
alternar desde ahora dos grupos a pie, paso a paso, para revisar y limpiar en
lo posible el camino.
A medida que vencíamos los obstáculos
y pasaba el tiempo, la gente lentamente se agotaba, el cansancio se hacía cada
vez más evidente; la humedad y el calor, junto a la falta de una buena
alimentación en las horas del mediodía, diezmaban nuestro ritmo de trabajo. Sin
embargo, nuestro espíritu guerrero y aventurero nos mantenía con el ánimo en
alto, el trabajo en equipo, sin mezquindades ni ventajismos, nos hacía más
llevadera la tarea; aunque el grito de "traigan las escaleras”, por las
horas de la tarde, ya sonaba tormentoso y desagradable. Una y otra vez, cada
día, debíamos cargar aquellos pesados aparejos de más de 40 kilos, a través de
la incómoda vereda entre los vehículos y el monte, a ambos lados del camino,
para llevarlos al lugar donde se utilizarían. Debíamos colocarlos en su sitio
y, después de sorteado el obstáculo, recogerlos y montarlos de nuevo sobre el
vehículo. Sin embargo, sabíamos que este precio debíamos pagarlo para evitar
causarles averías a nuestros vehículos.
En esta parte del recorrido, el
principal obstáculo que podría obligarnos a abortar el viaje lo constituía un
viejo puente reconstruido por primera vez por el Caracas Jeep’s Club hace 8
años, el cual reparan los grupos que pasan por él. Aunque aún se mantiene en
pie, nos causa gran preocupación el comentario de unos indígenas que
informaban que hace cinco días, dos personas con aspecto de gente de
ciudad, que no eran militares ni indígenas, habían dejado un vehículo rústico
en uno de los caños; desde donde vinieron a pie, cortaron el puente
reconstruido por ello con una motosierra y regresaron. Aquello nos alarmó, pero
pensamos que no era más que un cuento para que nos regresáramos.
Continuamos por aquella trilla,
mientras la lluvia empeoraba las condiciones del camino y bajar los caños se
hacía más complicado, ya que perdían tracción los cauchos 900-16, tipo militar,
de nuestros vehículos. Los carros se deslizaban al bajar los caños, produciendo
situaciones de verdadero riesgo, por lo que el uso de las escaleras se hacía
más frecuente. Lo que en otras circunstancias hubiésemos sorteado en tan sólo
un momento, ahora tomaba mucho más tiempo y nuestra marca de recorrido bajó a
sólo unos 10 kilómetros por día.
Son como las dos de la tarde y el
camino me recuerda que estamos ya bastante cerca del puente. Aunque la lluvia
no es fuerte, sí ha sido persistente así como el calor, nuestras ropas mojadas
y el continuo trabajo, nos hacen sentir infinita esta parte del
trayecto. Cuando sentimos que estamos ya a un paso, desde nuestros vehículos
divisamos el tan esperado puente; todo se ve normal y gritamos por nuestros
radios: “No tumbaron el puente, está bien”.
Al parar y caminar hacia él, quedamos
petrificados, incrédulos ante lo que estábamos viendo: efectivamente, le habían
cercenado un trozo de unos dos metros. El puente permanecía de pie por los
puntales que le sostenían en el aire. Quedamos sin aliento por un momento pero
sacamos fuerzas de nuestros paralizados cuerpos y gritamos: “¡A trabajar!”. Se
nos ocurrió quitar, al mismo tiempo, todos los puntales para que los dos
inmensos troncos que conforman el puente cayeran, quedando inclinados con el
extremo cortado al fondo del barranco, casi a la orilla del río. Removeríamos
la tierra, construiríamos el andén de bajada, apuntalaríamos el
puente en esta nueva posición y al colocarle el nuevo piso con casi un ciento
de varas de madera clavadas y amarradas con alambre, los vehículos podrían
bajar por el andén de tierra hasta casi la orilla del río, para subir luego por
el puente y llegar así al otro extremo del barranco.
Comenzamos de inmediato. Lo más
emocionante fue derrumbar el puente, quitarle todos los puntales y jalarlos al
mismo tiempo con nuestros winches WARN 4274; varias poleas para direccionar el
sentido de las fuerzas evitaron que los dos troncos cayeran en una posición
inadecuada. Al grito de “listos”, los cinco winches se activaron y las dos
inmensas rolas de madera, de casi un metro de diámetro, cayeron justo donde
queríamos, niveladas y en paralelo. Toda una labor de ingeniería que festejamos
por un momento, con la convicción de que ya nada nos detendría.
Llegó la noche y continuamos, con los
faros encendidos, hasta las 10 pm, removiendo tierra para avanzar la
construcción del andén de bajada. Al parar, comenzamos a preparar la cena y
luego nos tiramos en las hamacas, sudados, extenuados y humedecidos por la
llovizna hasta el día siguiente.
A las seis de la mañana, con muy poca
luz aun, comenzamos a trabajar; todavía teníamos que remover varios metros
cúbicos de tierra para culminar el nuevo acceso, cortar los nuevos puntales y
colocarlos, cortar y colocar las varas para hacer el piso del puente, etc. Todo
este arduo trabajo continuó sin parar, siempre acompañados por nuestras
incansables abejas, pegones, avispas, mosquitos y toda suerte de insectos que
buscaban alimentarse de nuestro sudor o sangre, por lo que fue necesario
trabajar con velos de cara.
Para ahorrar tiempo, preparamos una
gran olla de avena y otra de chocolate caliente, con bastante azúcar, para
obtener una buena dosis de energía que permitiera prolongar el trabajo. Pasado
el mediodía, con gran emoción, pusimos a prueba nuestra obra. El primer
vehículo bajó por el andén y remontó hasta la otra orilla del cauce, subiendo
por el inclinado puente. Para pasar el resto de los vehículos, fue preciso
reforzar el piso del puente con las escaleras, ya que por la inclinación la
tracción de los cauchos rompió parte del piso. Con esta técnica adicional todos
pudimos pasar sin mayores inconvenientes.
El resto del día transcurrió normal:
caños y más caños, troncos y ramas y debíamos despejar aquello.
A eso de las cuatro de la tarde, llegamos a una comunidad indígena que nos
recibió con gran amabilidad, alegres y agradecidos de que hubiésemos arreglado
el puente, ya que ellos lo usaban también. Compramos miel y hasta jugamos
fútbol con ellos. Es una comunidad muy bien organizada y la gente es muy
atenta.
Continuamos nuestro recorrido y hacia
el final de la tarde decidimos acampar, para no hacerlo a la orilla del río
Suapure, ya que la comunidad asentada a sus márgenes es muy curiosa,
todo lo tocan y si uno se descuida se pueden llevar cualquier cosa de los
carros.
A las seis de la tarde ya teníamos
nuestro campamento armado y esa noche la charla obligada fue sacar nuestras
conjeturas sobre quiénes y por qué razón destruyeron este puente. Pareciera que
lo hubiesen hecho impulsados por algún mezquino interés, evidentemente querían
que no culminase con éxito nuestra expedición, incluso acabando con un bien
común y causándole daños a las comunidades de esa zona y a todos los grupos que
tienen entre sus planes incursionar por este camino en los próximos años.
CRUZANDO EL RÍO
SUAPURE
El próximo obstáculo importante es el
río Suapure, que cuando crece es imposible cruzarlo. Muchas expediciones se han
tenido que regresar a causa de este caudaloso río, de suma importancia para la
región. En este tramo de nuestro camino estábamos a merced de la naturaleza y
preocupados por las continuas lluvias.
A la mañana siguiente,
aproximadamente a las 10 am., llegamos al Suapure. Nos alegramos de ver que el
río no estaba crecido, pues se veía la isla que se forma en medio del mismo,
cuando está completamente tapada las cosas se ponen difíciles por no decir casi
que imposibles. Luego de reordenar la carga, subir lo que no queremos que se
moje y revisar que todo esté bien impermeabilizado, iniciamos el cruce del
caudaloso río sin mayores contratiempos. A la una de la tarde todos nuestros
vehículos estaban del otro lado del río, apenas con el inconveniente de los asientos,
que resultaron mojados al entrar el agua al habitáculo empapando también todo
lo que estaba al nivel del piso en el compartimiento trasero.
Luego de hacer diferentes donativos de
alimentos (sal, azúcar y otros) así como ropa a los nativos de esta comunidad,
continuamos nuestro recorrido, acompañados de una llovizna que complicó el paso
de algunos caños, ya que al perder tracción, para bajar teníamos que aguantar
el carro halado por el parachoques trasero usando los winches.
Hace 4 días que habíamos salido de
Caicara, estábamos montados sobre un terraplén y en esta tarde una gran
cantidad de guacharacas vuela sobre nuestra caravana con su bullicioso canto.
Nos encontramos en medio de la nada, sin comunicación alguna,
situación que nos une más y nos permite sacar fuerzas para tratar de salir
pronto y sin problemas de esta interminable selva; en cada paso que
damos tratamos de no cometer ningún error que ponga en juego la operatividad de
los vehículos y nuestra salud, porque nos retrasaríamos enormemente.
En el primer caño, después del
Suapure, se dañó la cámara fotográfica al caer al agua; aquí se perdió buena
parte del material fotográfico, pero por fortuna nuestro gran amigo Ricardo me
cedió gentilmente una cámara compacta y pude continuar el trabajo.
A las 5 de la tarde decidimos acampar
en un pequeño paraje abierto en la selva. Acampar en medio de la húmeda selva
tiene sus peligros, por la cantidad de culebras, alacranes, hormigas ponzoñosas
y toda suerte de alimañas. Es la verdadera selva virgen llena de vida, donde se
percibe en el ambiente su crecimiento y movimiento; donde te coloques te caen
hojas, insectos, ramas de los árboles, savia de las plantas, excremento de
animales y gotas de agua que poco a poco te van humedeciendo la ropa. La selva
tiene espíritu, tiene vida; la selva te pone a prueba, percibe tus
sentimientos, te acepta o te ahuyenta para que nunca más regreses. Es así como
ella se protege.
A las 9 am. del siguiente día, ya
estamos rodando, rumbo a encontrarnos con la gran serranía de Guanay. Al
finalizar el terraplén, tomamos un desvío a la izquierda, entramos a un gran pantanal
de unos 800 metros en medio de la selva y nos preparamos para el obstáculo. El
barrizal estaba surcado por dos inmensos canales, hechos por los vehículos que
transitan la vía, donde encontramos aspas de radiador, bases de caja, pedazos
de carrocería y de cavas, como si uno o varios vehículos se hubiesen
despedazado en este lodazal. Con el uso de la guayaflex, y en algunas ocasiones
del winche, en menos de dos horas salvamos este paso y continuamos el camino,
que paulatinamente se acerca a la serranía.
La vegetación es bastante espesa y el
clima va refrescando al ir el camino poco a poco tomando altura. Queríamos
llegar a las primeras sabanas que dan la antesala a la gran planicie del Valle
de Guanay, donde podremos sentir de nuevo sobre nuestros cuerpos el viento y el
sol a toda plenitud. La selva, con el tiempo, ahoga y afloran el nerviosismo y
el malhumor; es como estar preso y perder el sentido de hacia dónde vamos, por
donde mires todo es igual.
En este trayecto cruzamos dos ríos de
cristalinas aguas que corren sobre piedras, propicias para darnos un buen baño
y reagruparnos, pues ya estaba oscureciendo. A pesar de rodar hasta las 8:50 de
la noche, no pudimos llegar a las tan esperadas sabanas, por lo que nos
conformamos con dormir con los carros en fila sobre la angosta pica.
Al amanecer, como de costumbre,
salimos temprano. En las primeras horas tuvimos nuestra primera avería
mecánica, uno de los vehículos rompió la junta homocinética de la punta de eje
delantera izquierda, al tratar de pasar por una subida bloqueada por piedras. A
partir de aquí este vehículo rodaría sólo con tracción trasera, lo que nos
retrasó un poco. A mediados de la mañana, con gran emoción, pudimos llegar a
las primeras sabanas de las faldas de la imponente Serranía del Guanay. Esto
nos indicaba que habíamos dejado atrás el estado Bolívar y transitábamos ahora
por tierras del estado Amazonas.
El Valle de Guanay está ya
relativamente cerca, al igual que Caño Santo, un bellísimo paraje que se
convierte en regalo de la naturaleza a todo aquel que llega a este apartado
paraíso de nuestra geografía.
Es el comienzo de nuestro sexto día
en la selva, y llegar hasta aquí es ya una gran proeza, un gran esfuerzo
completamente compensado ante la exclusiva oportunidad de contemplar muy de
cerca la belleza de este exótico y solitario lugar, vigilado desde la eternidad
por la imponente montaña de Guanay, que emerge del rocoso suelo como una gran
muralla de kilómetros de labradas y rectas paredes, que apuntan hacia las
alturas y atrapan las espumosas nubes que luego serán manantiales
que labran la historia de estas tierras.
A sus pies, tendida la exuberante
selva, que desde un claro hipnotiza con su intenso verdor, en un armonioso
éxtasis de misterio y belleza. Nuestra mirada se detiene en silente
contemplación, el tiempo pierde importancia y aquella extraña sensación nutre
nuestros cansados cuerpos y nos llena de renovado vigor; la gran montaña nos
tiende su mano y nos invita a proseguir.
Nos quedan todavía varios días para
llegar a nuestro ansiado destino, por lo que continuamos ahora reanimados al
sabernos cerca de las amplias sabanas donde descansaremos un día completo,
antes de entrar de nuevo en el último tramo selvático que nos llevará hasta San
Juan de Manapiare.
Pero la alegría de este día quedó de
pronto truncada, recibimos por radio la noticia de que un compañero del grupo
había tenido un accidente importante al cortarse la pierna manipulando el
machete. Nos agrupamos y se le prestó inmediata atención, la herida era bastante
importante y hubo que curar con sumo cuidado la profunda herida e inmovilizarle
la pierna para evitar peores consecuencias; sólo nos quedaba esperar que no
surgieran complicaciones, porque no pudimos suministrarle antibióticos por ser
alérgico a ellos.
Todo lo que habíamos logrado hasta
ahora había sido posible gracias al elevado espíritu de compañerismo reinante
en este admirable grupo, sobre todo, por la permanente disposición a
mantenernos alegres y entusiastas. Nunca perdimos la oportunidad de hacer de
cualquier cosa un motivo para reír, incluso en esta complicada situación, en
varias oportunidades el herido cambió su cara de tragedia por una sonora
carcajada.
Ante las vivencias de este día,
queríamos acampar temprano, pero la noche nos atrapó en medio de una fangosa
sabana, de la cual no pudimos salir hasta pasadas las 7 de la noche.
Todo lo anteriormente contado se
agravaba con el paso lento del vehículo que venía sin tracción delantera, no
fue sino hasta después de las 10 de la noche cuando conseguimos un lugar en un
alto, apropiado para pasar la noche. Debíamos estar cerca del abandonado “Hato
de los Zing”, pero en 6 años aquello había cambiado y al rodar en la
noche perdimos el rastro, por lo que nuestra verdadera situación la conoceríamos
sólo al amanecer.
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