martes, 7 de junio de 2016

Tecnicas de Conduccion 4x4


              
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Tecnicas de Conduccion 4x4




Texto y Fotos: Hugo Madriz Montes de Oca


CÓMO GUIAR AL PILOTO
PARA SORTEAR OBSTÁCULOS DE GRAN DIFICULTAD

Es común en nuestras expediciones por caminos y trochas poco transitados, conseguirnos con pasos de mediana o gran dificultad, cuyas condiciones impiden al piloto conocer la situación exacta de su vehículo para maniobrar y vencer con éxito los obstáculos, sin poner en peligro su vida y su vehículo.

En estas circunstancias, un buen piloto debe reconocer sus limitaciones y permitir ser guiado por alguien que, desde el exterior, le indique y dirija la maniobra más segura a realizar. Es obvio que el éxito de una operación de este tipo dependerá en gran parte de la experiencia e ingenio del guía y de la destreza y experiencia del piloto para ejecutar con total pulcritud la maniobra, tal y como el guía se la indica.

La mayoría de los accidentes en este tipo de situación ocurre generalmente con pilotos poco expertos, quienes tratan en todo momento de demostrar que no requieren ningún tipo de ayuda. Debemos recordar que un viaje en grupo no es una competencia de destreza, eso debemos dejarlo para otro momento.


Piloto y copiloto deben formar un equipo, ambos con suficiente entrenamiento en el uso de los accesorios más comunes, como winche, guayaflex, pala, pico y otros aditamentos importantes. Es vital contar con un copiloto que sepa dirigir adecuadamente al piloto en la ejecución de una maniobra complicada, en caso contrario, por lo menos alguien del grupo debe asumir esta responsabilidad, para lo cual debe estar entrenado y preparado; no es nada fácil para un guía asumir la gran responsabilidad de dirigir a un piloto para pasar un vehículo por un elevado e inseguro puente, armado sólo con dos maderos. En estas circunstancias, una mala operación, tanto del guía como del conductor, puede ocasionar una tragedia. Por otra parte, no es menos cierto que un buen guía imprime confianza al conductor, quien en esas circunstancia cometerá menos errores.

Un grupo de viaje debe contar con uno o más guías entrenados, si no los tiene es muy fácil tomar un par de fines de semana en un lugar adecuado, construir o simular unos cuantos obstáculos y proceder al entrenamiento de pilotos y guías. Esta disciplina debe refrescarse cada tanto tiempo, sobre todo en aquellos grupos donde constantemente entran nuevos integrantes; no deje ese entrenamiento para el momento menos oportuno.

Señales de maniobra para guiar a un piloto sobre un obstáculo complicado.

1.   Avanzar
2.   Parar
3.   Girar a la derecha
4.   Girar a la izquierda
5.   Retroceder


USO DE LAS SEÑALES CORRECTAS

Un aspecto importante para el éxito de una operación como ésta es la correcta comunicación entre el guía y quien conduce el vehículo, una incorrecta interpretación o mal uso de las señales puede causar
un accidente; si tomamos en cuenta que la comunicación verbal no se debe usar en este tipo de maniobra, es importante que el grupo conozca con total certeza la simbología mímica que se utilizará.

En el gráfico siguiente damos un ejemplo universal de la simbología más utilizada para indicar avanzar, parar, retroceder, girar a la izquierda y girar a la derecha; simbología que debe ser del conocimiento de todo el grupo y practicada por pilotos y sus guías. En el momento nunca debe improvisarse otras formas de expresión que no sean las acordadas previamente, lo contrario puede producir confusión.


RECOMENDACIONES AL PILOTO

Antes de intentar algo chequee primero las condiciones que requiere el vehículo para el tipo de acción que va a ejecutar, como podría ser el nivel de presión de los cauchos, verificar si la doble tracción está colocada y adecuadamente acoplada, la situación de la carga, tanto la externa como la transportada en el habitáculo del vehículo; en general, todo aquello que pueda influir para realizar con seguridad y éxito la operación.

El piloto es quien convierte en acción cada indicación del guía, por lo tanto su mirada debe estar fija y atenta a los gestos y señales de éste.

Mantenga apagado el equipo de audio y todo aquello que le pueda perturbar, trate de no distraerse.

Nunca intente por sí mismo ejecutar una operación obviando las instrucciones del guía, en ningún momento trate de chequear por sí mismo el estado de las cosas, mientras se encuentre en proceso; para ello debe suspender momentáneamente la operación, chequear y luego continuar.


Haga caso omiso de las indicaciones que le puedan dar otras personas, en tal caso, si el guía no le inspira seguridad no intente continuar la operación, pida el auxilio de otro guía; si se siente nervioso entregue la conducción del vehículo a otra persona que esté más calmada.

Mantenga la confianza en sí mismo y en la de su guía, es necesario evitar acciones bruscas, todo debe realizarse con calma a menos que en una situación extrema le indiquen lo contrario.

RECOMENDACIONES PARA EL GUÍA

Analice exhaustivamente la situación, discuta con sus compañeros, y en especial con el piloto, el procedimiento a realizar; tome muy en cuenta la destreza o la impericia del piloto para determinar la maniobra a ejecutar, considere las opiniones de los demás.

El guía es los ojos del piloto, observando la maniobra desde afuera; no se distraiga con nada, esté atento a la situación del vehículo en cada momento.

Sea claro y preciso con las indicaciones que instruye al piloto, en situación de extremo peligro sepa mantenerse tranquilo y confiado, evite expresiones de angustia que le hagan perder la calma al piloto.

Sepa abortar la operación cuando ésta salga fuera de control, analice nuevamente la situación y luego, si es prudente, continúe con la misma o con otra estrategia.

En situaciones que así lo requieran, escoja algunas personas del grupo como apoyo y colóquelas en los puntos estratégicos que le interese vigilar.
Conozca las limitaciones de cada vehículo, no le exija más de lo que éste puede dar; evite poner en peligro sus partes mecánicas, a menos que una situación de extrema urgencia así lo requiera.



RECOMENDACIONES PARA EL RESTO DEL GRUPO

Emita sus opiniones solamente antes de que se ejecute la operación, cuando esté en proceso evite interrumpir o distraer a quienes estén directamente involucrados.

Evite expresiones de angustia que puedan perturbar al piloto y al guía, esté atento por si se le pide expresamente algún tipo de ayuda ante alguna situación de emergencia.

Aléjese del lugar, a una distancia prudencial, para evitar interferencia con quienes estén ejecutando directamente el procedimiento.

Sea colaborador y ayude en el trabajo previo que deba realizarse para llevar adelante el procedimiento elegido, colabore para que el resto del grupo se comporte bajo estos mismos lineamientos.


                
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Sororopan y Ptari Tepuy


              
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Sororopan y Ptari Tepuy




Texto y fotos: Hugo Madriz Montes de Oca

La apasionante experiencia de recorrer paso a paso las extensiones de sabanas infinitas de la Gran Sabana permiten al afortunado caminante dejar volar su imaginación hasta llegar a momentos indescriptibles para quien lo vive, e inimaginables para quien no ha experimentado sendero en la mágica tierra de sorprendentes misterios.

Hay lugares que a bordo de nuestros autos no podemos penetrar pero para quien desea conocerlo y disfrutar de su majestuosidad puede hacerlo caminando con la seguridad de ser guiado por los mismos indígenas que han decidido esforzarse y aportar al turismo todos sus conocimientos de los alrededores  y realzar los lugares de los cuales provienen.


Los recorridos que en esta oportunidad se podrá tener el placer de transitar son conducidos por Iwore Trek como normalmente se le conoce a Humberto Chani quien aplica todos sus conocimientos ecológicos a investigaciones científicas realizadas por distintas universidades del país en el centro Parupa, por lo que contar con su compañía es una fuente de información y aprendizaje sobre la flora y la fauna.

En todo momento durante esta primera etapa de la expedición los tepuyes Sororopan y Putari han sido protagonistas del paisaje circundante, y una vez conocidos muchos de los cuentos referidos a estos dos gigantes, la curiosidad por conocerlos y llegar hasta ellos va creciendo hasta estar completamente seguros de que no hay que salir de este lugar sin vivir tal experiencia.



Para los amantes de esta aventura son necesarios todos los equipos para acampar durante 4 días. Inicialmente se camina por la sabana durante 45 minutos hasta llegar a pozo Yumé, alimentado por una quebrada y verdaderamente apto para descansar y refrescarse un rato, al continuar caminando y después de 2 horas aproximadamente la sabana queda atrás y se impone una tupida selva en el cauce del rió donde se encuentra el campamento Iwarakaru-Ken, lugar que sirve de refugio en caso de llegar durante la noche.

Después de 30 minutos y conocer otro campamento llamado Kawanaru, se continua con la intensa jornada de caminata por un inclinado camino que toma 2 horas y media aproximadamente hasta el salto Iwore, donde se encuentra el punto A del mapa publicado en la edición anterior del Mundo Perdido. Este salto es otra espectacular caída de agua de 30 metros de alto y significa el cierre del duro día de trabajo donde el aventurero podrá refrescarse en sus frías aguas.


Junto al amanecer y después del desayuno se continua rumbo norte hacia los pies del Putari por una fuerte subida hasta un lugar llamado Waitutu-Den (punto B), que significa pájaro atrapa mosca acantilado y abunda en estos bosques tepuyanos, entre los atractivos que puede ofrecer este tepuy se encuentra una placa de reconocimiento al afanado investigador Ornitólogo William Phelps pionero de labores ecológicas en el país además de la indescriptible sensación de contemplar muy de cerca las elevadas paredes del tepuy junto a todo su entorno.

La segunda noche se pernocta en el mismo campamento Iwore después de regresar de Waitutu-Den.


El tercer día el recorrido es hacia el Tepuy Sororopan (punto C), durante 5 horas y a través de una fuerte subida se llega hasta la llamada “Nariz” donde se tiene la increíble oportunidad de observar desde esta importante altura las extensiones verdes entre valles y montanas, sabanas y bosques y los inconfundibles cauces de innumerables ríos, además de la privilegiada vista de los 32 tepuyes que se encuentran en sus alrededores ubicados entre los 4 puntos cardinales incluyendo el gran Tepuy Roraima.

Este texto fue posible gracias a la ayuda de nuestro invaluable amigo y colaborador Humberto Chani.

Mapa Diseñado por Humberto Chani


              
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San Juan de Manapiare - Parte II


              
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San Juan de Manapiare - Parte II




Texto y Fotos: Hugo Madriz

Despertó la noche matizando el cielo con los intensos colores del fuego, irrumpieron sobre la serranía los primeros rayos de luz, despertaron las aves llenando de vida y alegría el vacío del silencio, la sutil neblina que envolvía el ambiente lentamente se disipó y  nosotros, con un profundo suspiro cortamos nuestro feliz sueño, dándole la bienvenida a una nueva mañana que abrió su luz sobre nuestros rostros.

Nuestra vista, con la tranquilidad que contagia una plácida mañana, nos fue incorporando poco a poco a aquel entorno paradisíaco de nuestro Amazonas. Nos encontrábamos sumergidos en la inmensa soledad de una extensa sabana de verdes pastos, que se abría paso hacia el infinito sur, contorneándose entre tres imponentes serranías: Maigualida, El Danto y Guanay.

RUMBO HACIA CAÑO SANTO


Después del agitado día anterior, salir de nuestras hamacas no fue fácil. El tiempo pasaba sin darnos cuenta, acostados, balanceando nuestros perezosos cuerpos con la mente en blanco, saboreando con pasividad la fresca brisa de aquella mañana, sumergidos en un ambiente de profunda tranquilidad. Luego de este merecido ocio, al incorporar la mirada a nuestro entorno, me sorprendí de lo que veía. Estábamos a sólo unos cientos de metros de la casa abandonada que tanto tratamos de localizar la oscura noche anterior.

Recoger todo nos tomó más tiempo del usual, nuestros lentos cuerpos se negaban a la idea de continuar tan pronto la extenuante lucha, por lo que decidimos llegarnos hasta Caño Santo, y en aquel paraíso tomar un merecido descanso durante el resto del día y continuar nuestro recorrido la mañana siguiente.

En el lugar donde pernoctamos habíamos perdido el rastro del camino al rodar en la oscura noche, por lo que a pesar de estar tan cerca de aquella casa, llegar hasta ella tomó mas de dos horas porque el campo que debíamos atravesar estaba minado de grandes promontorios de tierra, que hacían muy difícil nuestro tránsito. Para orientarse y localizar con facilidad el rastro del camino que recorre la sabana, rumbo hacia Caño Santo, es imprescindible subir hasta la loma donde está la casa, ya que el camino arranca desde allí.
Al llegar a la loma, pudimos divisar fácilmente la pica sobre la sabana y de inmediato arrancamos a toda marcha por este camino que se interna en la sabana con rumbo hacia el sur.



La sabana permite que nos desplacemos a buena velocidad, sólo algunos caños y el río Manapiare, disminuido en caudal en esta época del año, detenían la marcha por algunos momentos. Al cabo de una hora ya estábamos tocando la pista de aterrizaje de caño Santo y luego, unos metros más allá, deteníamos la marcha a orillas del espectacular Caño Santo, toda una bendición de la naturaleza. Caño Santo fue, hasta hace unos 10 años, un centro de turismo de aventura, dotado de todas las comodidades, donde llegaba por avión gente de todas partes del mundo. Su principal atracción es el entorno natural y salvaje de aquel perdido confín de nuestro estado Amazonas, además de las aguas del caño, que corren sobre un manto de rocas y se represan en espectaculares pozos naturales de cristalinas y profundas aguas. El nombre de caño Santo le viene del cerro donde nacen sus aguas, el cual tiene en su cima una gran roca saliente que semeja la imagen de un monje mirando hacia el horizonte. Hoy, de aquellas instalaciones quedan sólo sus ruinas, todo fue quemado y destruido.

Sin perder tiempo, nos sumergimos en aquellas espectaculares aguas de agradable temperatura. Nos hacía falta un buen chapuzón y hasta nuestro compañero herido se dio su merecido baño, acostado sobre una silla plegable, con el pie en alto. Como es característico en el grupo Georama 4x4, la alegría de sus integrantes hizo que el tiempo pasara de lo más agradable. Aquel reparador baño se prolongó hasta el oscurecer, hubo tiempo hasta para lavar la ropa y hacerle mantenimiento a los carros, con toda tranquilidad y paciencia. Aquella noche la cena fue espectacular, sonaron como nunca los olvidados equipos de audio, compartimos la comida y todo culminó en una gran fiesta, motivados por la alegría que contagia llegar a este lugar.


 OTRA VEZ LA INTRINCADA SELVA

La mañana siguiente nos movimos lentamente, muy temprano de nuevo al agua; parecía que en silencio nos resistíamos a la idea de internarnos de nuevo en aquella selva que nos esperaba con toda su carga de adrenalina. Hacia el mediodía debimos apurarnos para arrancar, ya retrasados, rumbo hacia Manapiare.

Atravesamos Caño Santo, río abajo, y luego nos fuimos internando en la selva por un camino perdido entre la maleza, que nos aguardaba llena de nuevas y desconocidas emociones. Esta selva, que se extiende desde Caño Santo hasta Manapiare, es la más inhóspita de todas las que atravesaremos en nuestro recorrido. Está plagada de ponzoñosos insectos y mortíferos reptiles, aquí debes medir cada paso y nunca debes descuidar donde colocas las manos. Los vehículos sufren múltiples golpes porque deben circular entre los apilados árboles, esquivando los inmensos troncos que con el tiempo caen sobre el camino; cuando se llega hasta aquí, ya no hay fuerzas para limpiar la vía y los carros deben subir como cabras sobre los troncos y ramas atravesados a su paso.

Advertidos todos sobre los peligros de esta zona, decidimos avanzar con total precaución. Lo que más temor nos infundía eran las temibles hormigas 24 horas, insectos prehistóricos (según nos comentó un estudioso del IVIC, que conocimos luego en Manapiare) que, a diferencia de las más evolucionadas, inoculan una proteína que produce intensos dolores. Para aliviarlos, el científico nos recomendó usar amoníaco u orina, en su defecto, la cual tiene la propiedad de descomponer la proteína. Aún tengo vivo el recuerdo de cómo en mi anterior viaje, hace 8 años, dos compañeros se revolcaban del dolor al ser picados por estos aterradores insectos.



El comienzo de esta selva transcurre entre claros, ocasionados por la tala de los nativos, y trechos de cerrada selva; cuando calculamos que ya no tendríamos más claros en nuestro camino, decidimos acampar en el último de ellos. A pesar de encontrar este desmalezado lugar, no nos sentíamos nada confiados, por lo que nos movimos poco en la oscuridad de la noche y muy temprano fuimos a dormir, totalmente cubiertos por los cerrados mosquiteros. Algunos nos tapamos los oídos con algodón para prevenir que a algún bicho se le ocurriera curiosear dentro de ellos, lo que ya ha pasado en otras oportunidades; por experiencia propia, es algo extremadamente desagradable y peligroso, sobre todo en un lugar tan aislado.

Al amanecer, conscientes del intenso trabajo que nos esperaba, decidimos comenzar nuestra travesía muy temprano; ya a las 7:30 a.m. estábamos rodando. No tardó mucho en comenzar el estruendoso ruido de las motosierras, encendidas para cortar cierto tipo de vegetación que obstaculizaba la vía; en otras ocasiones hacíamos rampas para pasar por encima o, como ocurrió la mayoría de las veces, si la selva lo permitía simplemente buscábamos una vía alterna.

A diferencia de las anteriores, la selva en este trayecto no es tan húmeda, los caños tienen el lecho de piedras y no requieren de tanto trabajo para vencerlos. Muchas veces acomodando las piedras, colocando una escalera o simplemente usando el winche o la guayaflex, es más que suficiente, por lo que nuestro avance era controlado sólo por las características propias de esta selva, que por su bajo follaje permitía la entrada de suficiente luz como para dejar crecer la maleza, conformada por arbustos entrelazados con lianas que cuelgan de los árboles más altos. Es tal esta maraña, que no hay más alternativa que utilizar los mismos vehículos para abrir el camino y hacerse paso. Todos los vehículos llegaron hasta aquí prácticamente sin un rasguño, pero hacia el mediodía ya no había ninguno sin más de una abolladura.



A pesar de nuestra precaución, pronto comenzaron las llamadas de auxilio ante las picadas de los feroces insectos. Uno de esos momentos me tocó a mí, a pesar de no ser alérgico y haberme enfrentado a varias picadas de abejas, avispas y hormigas durante esta travesía, algo me picó en el cuello, produciéndome una gran hinchazón, enrojecimiento y escozor en todo el tórax y extremidades, aceleración de las pulsaciones del corazón, las manos y los pies se me dormían; pero gracias a la pronta atención y a dos potentes antialérgicos, suministrados por “el Tío”, al cabo de unas dos horas ya me sentía bastante bien.

En este peregrinar se nos acabó el día y ante la férrea decisión de no acampar hasta llegar a un claro, tuvimos que rodar buena parte de la avanzada noche. En un claro acampamos, no teníamos idea del entorno, era una pequeña sabana de pasto corto, ideal para pasar la noche.
Despertamos avanzada la mañana, estábamos a las faldas de una hermosa montaña que forma parte del Cerro Morrocoy, cuyas laderas cubiertas por árboles en floración pincelaban el paisaje con tonos de un amarillo intenso, un suelo de arenas blancas y una fresca brisa que balanceaba las copas de los árboles. Con toda calma preparamos el desayuno y recogimos el campamento, por lo que fue casi al mediodía cuando se encendieron los motores.


 LLEGANDO A MANAPIARE

La cercanía de Manapiare nos llenaba de ánimo. Proseguíamos por aquel sendero y nuestro ritmo de avanzada era cada vez mejor porque se alternaban pequeñas sabanas que apuraban nuestro paso. A cada momento nos emocionaba llegar a un nuevo claro, hasta que por fin apareció el tan esperado terraplén y luego, aproximadamente a un kilómetro, las maquinarias abandonadas, que son definitivamente la señal de haber vencido aquella extensa selva. Nos llenamos de gran emoción, gritamos, tocamos corneta, nos fotografiamos sobre aquellas máquinas y salimos a gran velocidad por el polvoriento terraplén que nos llevaría pronto hasta el pueblo. Aparecieron las primeras cercas de alambre y más allá, de pronto, nos cruzamos con un vehículo del pueblo, cuyo conductor nos saludaba con una gran sonrisa. Llegamos a San Juan de Manapiare aquella tarde del 18 de abril, luego de 10 días de haber salido de los alrededores de Caicara del Orinoco, y de esta forma el grupo “Georama 4x4” inscribía su nombre entre los pocos que han logrado culminar felizmente esta hazaña.



Al llegar al pueblo, inmediatamente se nos acercó la gente a darnos la bienvenida. Nos preguntaron cómo estábamos, en qué situación llegaron los vehículos y qué nos hacía falta. Solicitamos de inmediato los servicios del médico para que chequeara  a nuestro herido y a otros compañeros con algunos problemas menores. Corrimos a tomar refrescos bien fríos, hacía mucho tiempo que no saboreábamos algo bien helado. Aquella noche fue de fiesta, luego de conocer la buena noticia de que la herida de nuestro compañero estaba en muy buen estado;  celebramos un importante triunfo: llegar a San Juan de Manapiare.

Nos tomamos dos días para descansar, conocer los alrededores y decidir nuestro regreso. Cuatro vehículos regresaríamos por tierra y la camioneta Samurai, por chalana; el herido y cuatro personas más se trasladarían hasta Puerto Ayacucho en avioneta. La comunicación con nuestras familias fue bastante complicada ya que en este pueblo no hay teléfono y sólo es posible comunicarse por radio.

 EL INTENTO DE REGRESAR POR TIERRA

Llegar de nuevo a Caño Santo, de  regreso,  fue bastante rápido. El principal inconveniente en el retorno son las ramas de los arbustos aplanadas por los carros en dirección a Manapiare, que ahora a nuestro regreso apuntan desafiantes hacia la trompa de nuestros carros. Aquí se ponen a prueba las protecciones del radiador y de las tuberías de los frenos; los pasos difíciles fueron arreglados con piedras, por lo que prácticamente no tuvimos casi que trabajar.

La noche en Caño Santo transcurrió bajo una gran tormenta, un torrencial aguacero nos hizo dormir dentro de los vehículos, pues no hubo lona capaz de protegernos. Al amanecer nos dimos cuenta de que toda la sabana estaba anegada, comenzamos temprano a recorrer la sabana para llegar a la casa abandonada. A su paso por la sabana los vehículos dejaban una gran estela de agua y su desplazamiento se hacía pesado al enterrarse los cauchos en el lodo; debíamos continuar sin parar para evitar atascarnos. Nuestro veloz retorno parecía hasta el momento indetenible, los caños estaban bastante crecidos pero podíamos cruzarlos; sin embargo, al llegar al caño del río Manapiare quedamos petrificados ante el panorama: un inmenso torrente de agua se apoderaba de lo que días atrás no era sino un simple charco.



Comenzamos a estudiar todas las posibles alternativas y a preguntarle a los “parientes” (indígenas) sus recomendaciones. Todo fue en vano, dos de nuestros compañeros amarrados con mecates se lanzaron a aquellas feroces y turbias aguas; la parte más profunda los tapaba aun con los brazos alzados. Aquellas aguas arrastrarían irremisiblemente cualquier vehículo que osara cruzarlas.

Decidimos quedarnos ese día cerca de aquel río. A partir de las cuatro de la tarde comenzó de nuevo la lluvia, que se prolongó hasta la noche, por lo que José, un amigo que conocimos en la comunidad indígena cercana, muy amablemente nos prestó una churuata para pasar la noche. Gracias a esto pudimos dormir cómodamente en nuestras hamacas. Esa noche decidimos unánimemente que si al amanecer el río no daba muestras de bajar su caudal, regresaríamos nuevamente hacia Manapiare, pues sería una locura intentar seguir a Caicara, comenzando la época de lluvias.


El siguiente día amaneció totalmente nublado. Al volver al río vimos que no había nada que hacer porque estaba más crecido, la marca que habíamos dejado quedó tapada por el agua; así que  preparamos nuestro regreso de nuevo a Manapiare. La sabana estaba ahora mucho más anegada por la continua lluvia de la noche, y no habíamos recorrido más de un par de kilómetros cuando ya estábamos todos enterrados en el fango. La tarea para rescatar los vehículos fue bastante ardua,  y luego, gracias a la ayuda de nuestro amigo José, quien fue indicándonos una salida más seca avanzando sobre su caballo delante de nosotros, logramos llegar a unas lomas al borde de la serranía que acompaña a la sabana donde se encuentra la pica original abandonada. Aunque tuvimos que reconstruir muchos pasos, no había otra alternativa; de esta forma llegamos de nuevo a Caño Santo, ya pasado el mediodía. Inmediatamente proseguimos hacia Manapiare, en cuya vía encontramos nuevos árboles caídos debido a las fuertes lluvias; sin embargo, haber pasado ya tres veces por este camino nos permitía un rastro mucho más claro, por lo que prontamente llegamos de nuevo a Manapiare.

El retorno por tierra era imposible, el grupo que conformaba la expedición valientemente lo había intentado, pero la temporada de lluvias había llegado definitivamente  a esta región del país, sumiéndonos en una preocupante situación. Sólo quedaba la alternativa de sacar los vehículos por chalana, lo que era factible en unas tres semanas; o por aire, quién sabe cuándo. Inmediatamente tratamos de hacer contacto por radio y gracias a los conocimientos en esta materia de uno de nuestros compañeros pudimos hacer contacto con amigos y familiares,  pidiendo ayuda para resolver el problema. Todo se puso en marcha, sin embargo pasaban los días sin obtener una respuesta concreta; además, el contacto por radio era una sola vez al día y a una hora determinada. Aquí nos dimos cuenta de lo importante que sería un teléfono satelital en este tipo de aventura.


Un día, al hacer contacto por radio, hubo por fin una buena noticia: un avión Hércules, de la Fuerza Aérea, tenía programado llevar unos materiales de construcción y víveres a Manapiare, en el marco del “Plan Bolívar 2000”. Se desconocía cuándo con exactitud pero sería en unos tres o cuatro días. El avión regresaría vacío, por lo que era factible que nos pudiesen ayudar a sacar los vehículos. Aquella noticia nos cambió totalmente los ánimos.

LA DESPEDIDA


Por tres días esperamos con gran ansiedad aquel dichoso avión, hasta que una mañana oímos su rugir por los aires. Rápidamente nos trasladamos a la pista de aterrizaje y luego de un par de horas volábamos sobre aquellas selvas, llevando con nosotros nuestros vehículos, rumbo a Puerto Ayacucho.


Había terminado felizmente aquella travesía. Fueron tres semanas de una intensa aventura que a todos nos cambió la forma de ver la vida; después de Manapiare éramos otros, la amistad, el compañerismo y el trabajo en grupo habían nuevamente triunfado. A través de las ventanillas del avión veíamos cómo se alejaba, perdido entre la selva y la maraña de ríos, aquel pueblo tan especial. La nostalgia nos embargaba, aquella maravillosa gente de San Juan de Manapiare se convirtió día a día en parte de nosotros, parecía que nos conociéramos de toda la vida, nos ayudaron desinteresadamente más allá de lo que pueda imaginarse; compartimos con todos sus pobladores, con quienes están a favor de reactivar la carretera y con quienes no lo están; con los policías, los médicos, los pasantes del ambulatorio, los guardias, el alcalde, los políticos, los mineros; con los “parientes”, que en sus curiaras llegaron a este puerto; con los comerciantes. En fin, compartimos con todo el pueblo, salvo, increíblemente, con un importante personaje: el cura, quien por algún extraño motivo nos negó su saludo y el favor de su ayuda.


Nunca podré olvidar cómo aquella mañana, cuando partíamos, la gente de aquel pueblo de leyenda se volcó hacia el aeropuerto para darnos desinteresadamente su despedida. Ojalá el progreso,  que inexorablemente llegará algún día a Manapiare, venido por río, por tierra o por aire, no cambie el generoso corazón de esta maravillosa gente.
Queremos agradecer la ayuda prestada por la Fuerza Aérea Venezolana, la Medicatura, la Guardia Nacional, la Alcaldía, la Policía y, en general, a todo el generoso pueblo de San Juan de Manapiare.

https://www.youtube.com/watch?v=w6RxNmaVJA4
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sábado, 7 de mayo de 2016

San Juan de Manapiare en la Historia


        

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San Juan de Manapiare Parte I
       
UN POCO DE HISTORIA

En el gobierno del Dr. Rafael Caldera se puso en marcha un ambicioso plan llamado “La Conquista del Sur”, que tenía, entre otros propósitos, la construcción de carreteras por todo el sur de nuestro país. Bajo este plan comienzan a construirse las carreteras de El Dorado - Santa Elena de Uairén, Caicara del Orinoco - Puerto Ayacucho y Caicara - San Juan de Manapiare, entre otras. Por razones desconocidas, la vía a Manapiare quedó sin terminar y el terraplén construido fue lanzado al olvido. En los primeros años de su construcción se podía transitar por esta carretera a medio terminar, hasta que las lluvias fueron destruyendo los improvisados puentes y la vía se fue derrumbando o quedando bajo las aguas. Así, a lo largo de casi 45 años de abandono, la implacable selva recuperó lo que un día había perdido, dejando sólo aislados rastros de esta obra, hoy prácticamente irrecuperable.

Los primeros aventureros en llegar a Manapiare, por la ya destruida carretera, fueron los integrantes del Caracas Jeep’s Club, quienes luego de algunos infructuosos intentos logran llegar a Manapiare y retornar por la misma vía en tres ocasiones diferentes, la última incursión fue en la semana santa del año 1.984. A partir de esta fecha, y con el auge en nuestro país de los clubes todo terreno, transitar por esta vía se convirtió en un clásico obligado del 4x4 venezolano, por lo que luego  más grupos se fueron sumando a esta lista, que en plena época de verano, intentan por lo menos llegar a San Juan de Manapiare. Lograrlo ya se considera un importante éxito y pase de entrada en la famosa lista de las pocas agrupaciones que han podido rodar con sus vehículos en este lejano pueblo (para la fecha de esta reedición el camino ha sido mejorado por los habitantes de la zona para transportar sus productos).



LAS PRIMERAS BRISAS DE AVENTURA

Con el rojizo sol saliendo de entre las aguas del Orinoco, una cálida mañana de abril esperamos impacientes la llegada de la chalana para trasladarnos hasta Caicara. Cinco vehículos y doce personas nos encontramos en la antesala de esta excitante expedición, programada por nuestros amigos del Grupo Georama 4x4, quienes gentilmente me invitaron a participar en esta increíble aventura.

Luego de cruzar el majestuoso río Orinoco y resolver algunos problemas técnicos y de logística, que nos tomaron todo el resto del día en Caicara, acampamos esa noche en las afueras de dicho pueblo. Al día siguiente, aproximadamente a las 6 de la mañana, nos dirigimos con gran entusiasmo hacia Guaniamo. El comienzo de la vía es una carretera asfaltada de unos ochenta kilómetros, luego aparece una carretera de tierra transitada, pero en pésimas condiciones.

Después de pasar el desvío hacia Guaniamo, proseguimos vía sur franco. Al llegar a lo alto de una loma, justo frente a donde comienza la entrada del túnel vegetal conformado por la espesa selva, nos detuvimos para desmantelar algunos accesorios que sobresalían del vehículo y evitar así que se dañaran con los golpes de las ramas. Finalizada la operación, arrancamos para enfrentarnos  a la aventura que nos deparaba este perdido camino.

Para mí en particular era vivir de nuevo, por tercera vez, la lucha con esta intrincada selva; para el resto del grupo, lo que aquí se viviría sería toda una nueva experiencia que les marcaría su vida.

Llegamos al primer caño, al que vencimos con regular dificultad; luego, si mal no recuerdo, en el tercero o cuarto requerimos por primera vez la utilización de las escaleras, aditamento sin el cual no nos hubiese quedado más remedio que trabajar, para hacer posible el acceso al caño, o tirar los carros a la buena de Dios por estas abruptas bajadas, corriendo un alto riesgo de dañar partes importantes de los vehículos.

Tal como fue programado, trataríamos en lo posible de armar campamento cerca de las 6 de la tarde y arrancar a más tardar a las 8 de la mañana, lo que por fortuna pudimos hacer en este nuestro primer día en la selva. El viaje estaba programado para hacerlo sin apuros, pues contábamos con 17 días holgados para ir y regresar por esta misma vía.

CUBIERTOS POR LA ESPESA SELVA

Con la mañana, el espeso follaje palidecía los nacientes rayos del sol y la altura de la zona nos daba un toque de frescura, por lo que preparar un abundante desayuno en este ambiente se convirtió en una grata actividad. Cuando nos disponíamos a comer, como por arte de magia, llegaron las que se convertirían de ahora en adelante en nuestras inseparables compañeras, con su inconfundible zumbido, su revoletear y su presto aguijón al acecho. Abejas de todos tamaños, formas y colores, inundaron el ambiente, junto a pegones, avispas y mosquitos “lameojos”. Muchos quedaron aterrados ante aquella avalancha de insectos, pero no nos quedó más alternativa que tomarlo con naturalidad y aceptarles como obligadas e inseparables compañeras, durante todas las horas de luz en esta larga expedición.

En este camino, por cada kilómetro que recorremos debemos sortear por lo menos un caño, y cada caño nos guarda una sorpresa distinta: barro, arena, aguas profundas, abruptas pendientes, etc., pero además de los caños, grandes troncos atravesados en el camino, bejucos, ramas que se enfrentan desafiantes a nuestros vehículos, por lo que es preciso alternar desde ahora dos grupos a pie, paso a paso, para revisar y limpiar en lo posible el camino.

A medida que vencíamos los obstáculos y pasaba el tiempo, la gente lentamente se agotaba, el cansancio se hacía cada vez más evidente; la humedad y el calor, junto a la falta de una buena alimentación en las horas del mediodía, diezmaban nuestro ritmo de trabajo. Sin embargo, nuestro espíritu guerrero y aventurero nos mantenía con el ánimo en alto, el trabajo en equipo, sin mezquindades ni ventajismos, nos hacía más llevadera la tarea; aunque el grito de "traigan las escaleras”, por las horas de la tarde, ya sonaba tormentoso y desagradable. Una y otra vez, cada día, debíamos cargar aquellos pesados aparejos de más de 40 kilos, a través de la incómoda vereda entre los vehículos y el monte, a ambos lados del camino, para llevarlos al lugar donde se utilizarían. Debíamos colocarlos en su sitio y, después de sorteado el obstáculo, recogerlos y montarlos de nuevo sobre el vehículo. Sin embargo, sabíamos que este precio debíamos pagarlo para evitar causarles averías a nuestros vehículos.

En esta parte del recorrido, el principal obstáculo que podría obligarnos a abortar el viaje lo constituía un viejo puente reconstruido por primera vez por el Caracas Jeep’s Club hace 8 años, el cual reparan los grupos que pasan por él. Aunque aún se mantiene en pie, nos causa gran preocupación el comentario de  unos indígenas que informaban que  hace cinco días, dos personas con aspecto de gente de ciudad, que no eran militares ni indígenas, habían dejado un vehículo rústico en uno de los caños; desde donde vinieron a pie, cortaron el puente reconstruido por ello con una motosierra y regresaron. Aquello nos alarmó, pero pensamos que no era más que un cuento para que nos regresáramos.

Continuamos por aquella trilla, mientras la lluvia empeoraba las condiciones del camino y bajar los caños se hacía más complicado, ya que perdían tracción los cauchos 900-16, tipo militar, de nuestros vehículos. Los carros se deslizaban al bajar los caños, produciendo situaciones de verdadero riesgo, por lo que el uso de las escaleras se hacía más frecuente. Lo que en otras circunstancias hubiésemos sorteado en tan sólo un momento, ahora tomaba mucho más tiempo y nuestra marca de recorrido bajó a sólo unos 10 kilómetros por día.

Son como las dos de la tarde y el camino me recuerda que estamos ya bastante cerca del puente. Aunque la lluvia no es fuerte, sí ha sido persistente así como el calor, nuestras ropas mojadas y el continuo trabajo,  nos hacen sentir infinita esta parte del trayecto. Cuando sentimos que estamos ya a un paso, desde nuestros vehículos divisamos el tan esperado puente; todo se ve normal y gritamos por nuestros radios: “No tumbaron el puente, está bien”.

Al parar y caminar hacia él, quedamos petrificados, incrédulos ante lo que estábamos viendo: efectivamente, le habían cercenado un trozo de unos dos metros. El puente permanecía de pie por los puntales que le sostenían en el aire. Quedamos sin aliento por un momento pero sacamos fuerzas de nuestros paralizados cuerpos y gritamos: “¡A trabajar!”. Se nos ocurrió quitar, al mismo tiempo, todos los puntales para que los dos inmensos troncos que conforman el puente cayeran, quedando inclinados con el extremo cortado al fondo del barranco, casi a la orilla del río. Removeríamos la tierra, construiríamos el andén de bajada,  apuntalaríamos el puente en esta nueva posición y al colocarle el nuevo piso con casi un ciento de varas de madera clavadas y amarradas con alambre, los vehículos podrían bajar por el andén de tierra hasta casi la orilla del río, para subir luego por el puente y llegar así al otro extremo del barranco.



Comenzamos de inmediato. Lo más emocionante fue derrumbar el puente, quitarle todos los puntales y jalarlos al mismo tiempo con nuestros winches WARN 4274; varias poleas para direccionar el sentido de las fuerzas evitaron que los dos troncos cayeran en una posición inadecuada. Al grito de “listos”, los cinco winches se activaron y las dos inmensas rolas de madera, de casi un metro de diámetro, cayeron justo donde queríamos, niveladas y en paralelo. Toda una labor de ingeniería que festejamos por un momento, con la convicción de que ya nada nos detendría.

Llegó la noche y continuamos, con los faros encendidos, hasta las 10 pm, removiendo tierra para avanzar la construcción del andén de bajada. Al parar, comenzamos a preparar la cena y luego nos tiramos en las hamacas, sudados, extenuados y humedecidos por la llovizna hasta el día siguiente.

A las seis de la mañana, con muy poca luz aun, comenzamos a trabajar; todavía teníamos que remover varios metros cúbicos de tierra para culminar el nuevo acceso, cortar los nuevos puntales y colocarlos, cortar y colocar las varas para hacer el piso del puente, etc. Todo este arduo trabajo continuó sin parar, siempre acompañados por nuestras incansables abejas, pegones, avispas, mosquitos y toda suerte de insectos que buscaban alimentarse de nuestro sudor o sangre, por lo que fue necesario trabajar con velos de cara.

Para ahorrar tiempo, preparamos una gran olla de avena y otra de chocolate caliente, con bastante azúcar, para obtener una buena dosis de energía que permitiera prolongar el trabajo. Pasado el mediodía, con gran emoción, pusimos a prueba nuestra obra. El primer vehículo bajó por el andén y remontó hasta la otra orilla del cauce, subiendo por el inclinado puente. Para pasar el resto de los vehículos, fue preciso reforzar el piso del puente con las escaleras, ya que por la inclinación la tracción de los cauchos rompió parte del piso. Con esta técnica adicional todos pudimos pasar sin mayores inconvenientes.

El resto del día transcurrió normal: caños y más caños, troncos y ramas y debíamos despejar aquello. A eso de las cuatro de la tarde, llegamos a una comunidad indígena que nos recibió con gran amabilidad, alegres y agradecidos de que hubiésemos arreglado el puente, ya que ellos lo usaban también. Compramos miel y hasta jugamos fútbol con ellos. Es una comunidad muy bien organizada y la gente es muy atenta.

Continuamos nuestro recorrido y hacia el final de la tarde decidimos acampar, para no hacerlo a la orilla del río Suapure, ya que la comunidad asentada a sus márgenes es  muy curiosa, todo lo tocan y si uno se descuida se pueden llevar cualquier cosa de los carros.

A las seis de la tarde ya teníamos nuestro campamento armado y esa noche la charla obligada fue sacar nuestras conjeturas sobre quiénes y por qué razón destruyeron este puente. Pareciera que lo hubiesen hecho impulsados por algún mezquino interés, evidentemente querían que no culminase con éxito nuestra expedición, incluso acabando con un bien común y causándole daños a las comunidades de esa zona y a todos los grupos que tienen entre sus planes incursionar por este camino en los próximos años.


CRUZANDO EL RÍO SUAPURE

El próximo obstáculo importante es el río Suapure, que cuando crece es imposible cruzarlo. Muchas expediciones se han tenido que regresar a causa de este caudaloso río, de suma importancia para la región. En este tramo de nuestro camino estábamos a merced de la naturaleza y preocupados por  las continuas lluvias.

A la mañana siguiente, aproximadamente a las 10 am., llegamos al Suapure. Nos alegramos de ver que el río no estaba crecido, pues se veía la isla que se forma en medio del mismo, cuando está completamente tapada las cosas se ponen difíciles por no decir casi que imposibles. Luego de reordenar la carga, subir lo que no queremos que se moje y revisar que todo esté bien impermeabilizado, iniciamos el cruce del caudaloso río sin mayores contratiempos. A la una de la tarde todos nuestros vehículos estaban del otro lado del río, apenas con el inconveniente de los asientos, que resultaron mojados al entrar el agua al habitáculo empapando también todo lo que estaba al nivel del piso en el compartimiento trasero.

Luego de hacer diferentes donativos de alimentos (sal, azúcar y otros) así como ropa a los nativos de esta comunidad, continuamos nuestro recorrido, acompañados de una llovizna que complicó el paso de algunos caños, ya que al perder tracción, para bajar teníamos que aguantar el carro halado por el parachoques trasero usando los winches.

Hace 4 días que habíamos salido de Caicara, estábamos montados sobre un terraplén y en esta tarde una gran cantidad de guacharacas vuela sobre nuestra caravana con su bullicioso canto. Nos encontramos  en medio de la nada, sin comunicación alguna, situación que nos une más y nos permite sacar fuerzas para tratar de salir pronto y sin problemas de esta interminable selva; en  cada paso que damos tratamos de no cometer ningún error que ponga en juego la operatividad de los vehículos y nuestra salud, porque nos retrasaríamos enormemente.

En el primer caño, después del Suapure, se dañó la cámara fotográfica al caer al agua; aquí se perdió buena parte del material fotográfico, pero por fortuna nuestro gran amigo Ricardo me cedió gentilmente una cámara compacta y pude continuar el trabajo.

A las 5 de la tarde decidimos acampar en un pequeño paraje abierto en la selva. Acampar en medio de la húmeda selva tiene sus peligros, por la cantidad de culebras, alacranes, hormigas ponzoñosas y toda suerte de alimañas. Es la verdadera selva virgen llena de vida, donde se percibe en el ambiente su crecimiento y movimiento; donde te coloques te caen hojas, insectos, ramas de los árboles, savia de las plantas, excremento de animales y gotas de agua que poco a poco te van humedeciendo la ropa. La selva tiene espíritu, tiene vida; la selva te pone a prueba, percibe tus sentimientos, te acepta o te ahuyenta para que nunca más regreses. Es así como ella se protege.

A las 9 am. del siguiente día, ya estamos rodando, rumbo a encontrarnos con la gran serranía de Guanay. Al finalizar el terraplén, tomamos un desvío a la izquierda, entramos a un gran pantanal de unos 800 metros en medio de la selva y nos preparamos para el obstáculo. El barrizal estaba surcado por dos inmensos canales, hechos por los vehículos que transitan la vía, donde encontramos aspas de radiador, bases de caja, pedazos de carrocería y de cavas, como si uno o varios vehículos se hubiesen despedazado en este lodazal. Con el uso de la guayaflex, y en algunas ocasiones del winche, en menos de dos horas salvamos este paso y continuamos el camino, que paulatinamente se acerca a la serranía.
La vegetación es bastante espesa y el clima va refrescando al ir el camino poco a poco tomando altura. Queríamos llegar a las primeras sabanas que dan la antesala a la gran planicie del Valle de Guanay, donde podremos sentir de nuevo sobre nuestros cuerpos el viento y el sol a toda plenitud. La selva, con el tiempo, ahoga y afloran el nerviosismo y el malhumor; es como estar preso y perder el sentido de hacia dónde vamos, por donde mires todo es igual.

En este trayecto cruzamos dos ríos de cristalinas aguas que corren sobre piedras, propicias para darnos un buen baño y reagruparnos, pues ya estaba oscureciendo. A pesar de rodar hasta las 8:50 de la noche, no pudimos llegar a las tan esperadas sabanas, por lo que nos conformamos con dormir con los carros en fila sobre la angosta pica.

Al amanecer, como de costumbre, salimos temprano. En las primeras horas tuvimos nuestra primera avería mecánica, uno de los vehículos rompió la junta homocinética de la punta de eje delantera izquierda, al tratar de pasar por una subida bloqueada por piedras. A partir de aquí este vehículo rodaría sólo con tracción trasera, lo que nos retrasó un poco. A mediados de la mañana, con gran emoción, pudimos llegar a las primeras sabanas de las faldas de la imponente Serranía del Guanay. Esto nos indicaba que habíamos dejado atrás el estado Bolívar y transitábamos ahora por tierras del estado Amazonas.

El Valle de Guanay está ya relativamente cerca, al igual que Caño Santo, un bellísimo paraje que se convierte en regalo de la naturaleza a todo aquel que llega a este apartado paraíso de nuestra geografía.

Es el comienzo de nuestro sexto día en la selva, y llegar hasta aquí es ya una gran proeza, un gran esfuerzo completamente compensado ante la exclusiva oportunidad de contemplar muy de cerca la belleza de este exótico y solitario lugar, vigilado desde la eternidad por la imponente montaña de Guanay, que emerge del rocoso suelo como una gran muralla de kilómetros de labradas y rectas paredes, que apuntan hacia las alturas y atrapan las espumosas nubes que  luego serán manantiales que labran la historia de estas tierras.

A sus pies, tendida la exuberante selva, que desde un claro hipnotiza con su intenso verdor, en un armonioso éxtasis de misterio y belleza. Nuestra mirada se detiene en silente contemplación, el tiempo pierde importancia y aquella extraña sensación nutre nuestros cansados cuerpos y nos llena de renovado vigor; la gran montaña nos tiende su mano y nos invita a proseguir.

Nos quedan todavía varios días para llegar a nuestro ansiado destino, por lo que continuamos ahora reanimados al sabernos cerca de las amplias sabanas donde descansaremos un día completo, antes de entrar de nuevo en el último tramo selvático que nos llevará hasta San Juan de Manapiare.

Pero la alegría de este día quedó de pronto truncada, recibimos por radio la noticia de que un compañero del grupo había tenido un accidente importante al cortarse la pierna manipulando el machete. Nos agrupamos y se le prestó inmediata atención, la herida era bastante importante y hubo que curar con sumo cuidado la profunda herida e inmovilizarle la pierna para evitar peores consecuencias; sólo nos quedaba esperar que no surgieran complicaciones, porque no pudimos suministrarle antibióticos por ser alérgico a ellos.

Todo lo que habíamos logrado hasta ahora había sido posible gracias al elevado espíritu de compañerismo reinante en este admirable grupo, sobre todo, por la permanente disposición a mantenernos alegres y entusiastas. Nunca perdimos la oportunidad de hacer de cualquier cosa un motivo para reír, incluso en esta complicada situación, en varias oportunidades el herido cambió su cara de tragedia por una sonora carcajada.

Ante las vivencias de este día, queríamos acampar temprano, pero la noche nos atrapó en medio de una fangosa sabana, de la cual no pudimos salir hasta pasadas las 7 de la noche.

Todo lo anteriormente contado se agravaba con el paso lento del vehículo que venía sin tracción delantera, no fue sino hasta después de las 10 de la noche cuando conseguimos un lugar en un alto, apropiado para pasar la noche. Debíamos estar cerca del abandonado “Hato de los Zing”, pero  en 6 años aquello había cambiado y al rodar en la noche perdimos el rastro, por lo que nuestra verdadera situación la conoceríamos sólo al amanecer.


San Juan de Manapiare Parte II


        


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